Dado que el señor Allica ha respondido extensamente a mi breve misiva, me permito abusar de su hospitalidad para, a mi vez, responderle. Dice el señor Allica que él no ha planteado ninguna teoría. No es verdad. Afirmar que “es absurda la versión oficial” plantea una teoría, que es precisamente la que yo describí en mi mensaje anterior: que existe una gran conspiración para tapar la verdad del 11-M. Es innegable que esto es una teoría, y es innegable que, si uno duda de la “versión oficial”, la única alternativa es postular esa conspiración que el señor Allica no ve por ninguna parte en este diario. Porque, ¿qué otra posible explicación habría a que jueces y miembros de las fuerzas de seguridad mientan sistemáticamente y sostengan hipótesis absurdas? ¿Qué otra posible explicación habría a que se “plantaran” pruebas falsas? No hay vuelta de hoja: o la “versión oficial” es sustancialmente cierta o ha habido una conspiración para ocultar la verdad (cuando menos). Así que en el remoto caso de que el señor Allica tuviera la razón, la conclusión de que estamos ante una gran conspiración es inescapable.
Y dado que postula una conspiración, la tesis de Allica es una teoría conspirativa, similar a las que nos dicen que hay un extraterrestre disecado en Roswell cuya existencia ocultan las autoridades, o que el 11-S es obra de la CIA.
Todas estas teorías tienen una serie de características comunes. La total ausencia de pruebas de lo que afirman no es la menor de ellas. Porque, como podrá constatarse fácilmente, el señor Allica no presenta ninguna prueba de lo que afirma, ninguna prueba que ponga en evidencia la conspiración que postula.
Su método es atacar las pruebas que sustentan la “versión oficial”, e intentar demostrar dialécticamente que dicha versión es absurda e imposible. Es, nuevamente, el mismo método que usan los ufólogos con Rockwell y los conspiracionistas del 11-S con las Torres Gemelas.
Los lectores estarán de acuerdo en que dicha conspiración sería, de existir, un suceso extraordinario, totalmente fuera de lo común. El gran divulgador de la ciencia Carl Sagan solía repetir una frase que se le ha atribuido apócrifamente: “las afirmaciones extraordinarias requieren evidencia extraordinaria”. Pues bien, estamos ante una afirmación extraordinaria que no tiene ninguna evidencia. Ni la más mínima. Nada apunta a la existencia de conspiradores ocultos que, en un esfuerzo jamás visto en la Historia de la Humanidad, falsificaron cientos o miles de pruebas y lo hicieron de forma razonablemente consistente; manipularon con precisión cronométrica al gobierno del PP, haciéndoles creer en la autoría etarra, y en el sentido contrario a la opinión pública, haciéndola creer en la autoría islamista; predijeron exactamente las consecuencias electorales de sus acciones; y, sobre todo, corrieron el enorme riesgo de ser descubiertos y desprestigiados por siempre jamás por la magra recompensa de gobernar cuatro años.
Porque el truco de invertir el argumento y tildar de conspiracionistas a quienes sostienen la “versión oficial” no es más que una trampa. Por supuesto que hubo una conspiración para cometer un atentado; la hay siempre que hay más de un implicado en el crimen. Pero cuando yo me refiero a una conspiración o a teorías conspirativas estoy dando a dicho término el significado habitual de todos los estudiosos de este fenómeno: estoy hablando de conspiraciones ocultas, de magnos poderes en la sombra. Esto es la característica fundamental de las teorías conspirativas: postular la existencia de un poder tan grande que puede llevar a cabo una acción de esta magnitud al tiempo que permanece oculto y logra que la opinión pública se trague una monumental mentira sobre dicha acción, fabricando pruebas falsas y comprando voluntades.
No, los jueces y miembros de las fuerzas de seguridad no cumplen esta definición, y por tanto no son conspiracionistas. Ninguno de ellos plantea la existencia de ese poder oculto. Ninguno de ellos acusa sin pruebas. Ninguno de ellos duda de la capacidad del Estado de Derecho español para dilucidar la verdad. Por cierto, como rápido apunte, es interesante que Allica mezcle a jueces y policías con políticos. La opinión de los políticos, en este contexto, es irrelevante. En un Estado de Derecho, la verdad judicial la establecen los jueces.
Curiosamente, Allica me da implícitamente la razón cuando empieza a enumerar la cantidad de personas que deberían estar involucradas en la conspiración que postula: los médicos forenses que, a pesar de lo que afirma Allica, sí realizaron las autopsias (hay ya tres sentencias judiciales que lo avalan), la perito de los Tedax, los peritos químicos de la Policía y la Guardia Civil, a quienes también acusa de mentir, los que hicieron las relaciones de llamadas telefónicas que considera falsificadas, los que alteran declaraciones para “homogeneizarlas”, los que alteraron fotografías… Sólo con la relación de peritos que testificaron en el juicio a favor de la “versión oficial” ya llevaríamos decenas de policías y guardias civiles deshonestos, pertenecientes a las más variopintas unidades (es decir, sin más mando único que los propios directores generales de la Policía y la Guardia Civil), personas que incomprensiblemente han arriesgado su carrera y su libertad mintiendo bajo juramento a un tribunal. Pero el señor Allica no ha agotado la relación, ni mucho menos. También tuvieron que mentir los policías que encontraron la mochila de Vallecas, los que supuestamente rompieron la cadena de custodia, los que participaron en el cerco del piso de Leganés (incluyendo a varios de los GEO heridos en la operación, uno de cuyos compañeros murió durante la misma), los Tedax que recogieron muestras en dicho piso, los policías que hallaron la Kangoo en Alcalá, el jefe de la Policía Científica de esa localidad, los que recibieron e inspeccionaron la furgoneta en Canillas, posiblemente quien la escoltó, la Guardia Civil de Tráfico que detuvo a El Chino en su viaje desde Asturias, los “controladores” de los confidentes, .los inspectores de la UCIE que vigilaban a los islamitas…
Con esto ya llevamos cientos de policías, que además estaban, asombrosamente, en el lugar correcto en el momento correcto, y lograron la proeza de que ninguna persona extraña a la conspiración les denunciara. Cientos de involucrados que no han dicho esta boca es mía en cuatro años. Además de cuando menos dos jueces de instrucción, la fiscalía de la Audiencia Nacional, la fiscalía del Tribunal Supremo, tres magistrados de la Audiencia Nacional (incluyendo el presidente de su sala penal) y el Tribunal Supremo (en dos ocasiones). Un compañero mío ha hecho la relación de jueces que deberían estar en el ajo y ha contado dieciséis. Todo ello con el silencio y la complicidad del Consejo General del Poder Judicial y de la totalidad de la Policía y la Guardia Civil ninguno de cuyos elementos, insisto, ha denunciado la conspiración. Porque el señor Allica confunde una discrepancia sobre un tema de protocolos (si deben enviarse o no ciertas muestras a la Policía Científica) con una declaración de que la versión oficial es falsa. Mal que le pese a Allica, ningún miembro de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado (FCSE) ha confesado ante un juez su convicción de que la mochila de Vallecas es falsa, que se rompió su cadena de custodia, que se plantaron las pruebas de la Kangoo, que los “pelanas” de Leganés estaban muertos, etcétera. Nadie en absoluto ha confirmado las delirantes afirmaciones principales del conspiracionismo. Repito: nadie. No hay ni una sola investigación abierta. Las denuncias que se han presentado (todas ellas, por cierto, por particulares) han sido archivadas. Lo cual, por cierto, nos dice que esos jueces que han archivado las denuncias también tienen algún grado de complicidad.
Y esto es muy sorprendente. Porque si un aficionado como el señor Allica está totalmente persuadido de tales cosas, es un insulto a la inteligencia pensar que un policía o un juez profesional no las vería, de ser ciertas. Y si las ve y no las denuncia, entonces es cómplice por encubrimiento del mayor ataque terrorista de la historia moderna de España. Eso es, en resumen, lo que nos está diciendo el señor Allica: que las decenas de miles de miembros de las FCSE y los cientos de jueces españoles son cómplices de este atentado.
El señor Allica considera que esto, que, repito, no se ha visto jamás en la Historia, es verosímil. Lo que le parece inverosímil es que “un confidente de la Guardia Civil puso en contacto a unos marroquíes con un confidente del Cuerpo Nacional de Policía que fue quien les vendió los explosivos para que luego montaran las bombas con unos teléfonos móviles liberados en la tienda de un expolicía nacional”.
Yo, francamente, no entiendo que hay de inverosímil en lo anterior. Uno puede tener prejuicios muy asentados sobre las cosas que pueden ocurrir y las que no pueden ocurrir, pero la fuerza de las pruebas empíricas es siempre superior a dichos prejuicios. En otras palabras, si cientos o miles de pruebas dicen que esto que le parece inverosímil a Allica ocurrió, entonces no queda más remedio que concluir que no era tan inverosímil, que ocurrió realmente. En este sentido, el citado Carl Sagan hablaba de un científico ruso que le dijo: «¿qué probabilidad asignaría usted a que la primera bomba alemana sobre Leningrado matara al único elefante del zoo de dicha ciudad? Pues así ocurrió, doctor Sagan.» Ante la fuerza de los hechos, cualquier cálculo, deducción o planteamiento teórico tiene que rendirse.
Contrastemos esto con la absoluta seguridad con la que Allica postula la corrupción de los jueces y policías españoles, sin, como hemos dicho, tener pruebas tangibles de ello. Ni una prueba tangible en cuatro años de enorme esfuerzo de investigación. Nada. Humo, palabrería, miles de horas desperdiciadas, discusiones escolásticas sobre las sombras en una fotografía. Son ustedes los peores investigadores de la Historia.
Esto, en psicología, se llama sesgo cognitivo: rechazar toda la evidencia que esté en desacuerdo con nuestra idea preconcebida y, en cambio, darle una importancia desorbitada a la que parece confirmar dicha idea. Así, una discrepancia sobre un protocolo policial se convierte en un asunto de vida o muerte, mientras que los testimonios de decenas de peritos se descartan sin más. Esto por no mencionar que el señor perito al que cita tan admirativamente Allica ha sido recientemente criticado por un tribunal (otro más, éste de la Audiencia de Madrid), en el famoso caso del bórico: “Manuel Escribano Escudero genera no pocas suspicacias…”, “se trata de una mera especulación sin una base científica”.
Los expertos, médicos forenses, dejaron claro que, cuando se produjo la explosión de Leganés, las personas que ocupaban el piso estaban vivas. Esto lo puede saber un forense examinando si las heridas producidas por la explosión sangraron o no. Por tanto, datar la muerte es absurdo; se sabe perfectamente cuándo ocurrió. Lo vimos todos por televisión. En cuanto a que no se hicieron autopsias, tenemos ya tres resoluciones judiciales (dos del Supremo y la sentencia de la Audiencia Nacional) que desmienten tal extremo. El conspiracionismo ha llegado a los extremos absurdos de exigir que se abriera el tórax a un individuo del que lo único que quedaba era un pedazo de cabeza. El conspiracionismo usa la suspicacia extrema como arma sistemática: si no se hizo esto o lo otro, quiere decir que se quiere ocultar algo. O no, señor Allica. Tal vez debería usted plantearse la inverosímil posibilidad de que algunas cosas no se hacen porque no son necesarias.
Allica no nos explica por qué le parece absurdo que la sangre se volatilice durante una explosión, que es, recordemos, una combustión violenta que llega a alcanzar temperaturas y presiones considerables. Lo de la sangre en las paredes es uno de los mayores despropósitos del conspiracionismo. Buscan sangre en paredes y se preguntan por qué no la encuentran. Se olvidan de que la explosión fue tan potente que, esencialmente, dejó al piso sin paredes. Así que yo les recomendaría que para buscar sangre en las paredes, primero encontraran éstas. Otros momentos dorados del conspiracionismo han incluido el preguntarse si un carrito de la compra pudo ser utilizado para transportar cadáveres preservados en ácido bórico o preguntarse por qué se publica en El País la temperatura en Vera, Almería (en supuesta alusión a Rafael Vera), al día siguiente del atentado o qué significado tiene que un etarra tuviera una foto de un tren asturiano.
Pasemos al tema de los explosivos. Dice el señor Allica que la contaminación es imposible. Otro dogma de fe, y otra muestra de su falta de conocimiento. Cualquier químico analítico le dirá que las contaminaciones de las muestras son el pan nuestro de cada día. Esos guantes que usa la Policía Científica tienen su razón de ser. Que hubo contaminación es un hecho. Lo sabemos porque una muestra indubitada de Goma 2 ECO presentaba compuestos que, en principio, no forman parte de la Goma 2 ECO. Por tanto, es imposible negar la contaminación. Ésta ocurrió. Nuevamente, la fuerza de los hechos tiene que triunfar sobre los prejuicios. Ahora bien, ¿cómo ocurrió dicha contaminación? No lo sabemos. Como, me asegura un químico, no se sabe casi nunca, una vez que la contaminación es detectada. Hay cientos de fuentes potenciales de contaminación: el proceso de fabricación, los distintos almacenamientos, incluso los instrumentos y recipientes del laboratorio. Allica hace burla de una teoría específica sobre la contaminación, pero lo cierto es que no pasa de ser una teoría. ¿Quiere esto decir que la contaminación de algunas de las muestras, las no explosionadas, fue intencional (presumiblemente para “homogeneizarlas” con las muestras explosionadas)? El Presidente del Tribunal, Javier Gómez Bermúdez, preguntó a los ocho peritos si pensaban que tal contaminación podría haber ocurrido por acción humana. La respuesta fue unánime (y como dice Allica en otro contexto, clara y contundente): “No”. Esto es lo importante: la contaminación ocurrió y no fue intencional.
Podemos seguir hablando de las “alteraciones” de los registros telefónicos, atribuibles perfectamente a errores, y de la “homogeneización” de declaraciones, que es directamente inexistente, pues cualquiera que lea el Auto de Procesamiento se dará cuenta de que existen las discrepancias naturales atribuibles a fallos de memoria. Recordemos, además, que varios de los declarantes comparecieron en la vista oral y ratificaron sus declaraciones, con lo que cualquier intento de “homogeneizar” dichas declaraciones en el auto de procesamiento sería absurdo. Doblemente absurdo porque en la vista oral el documento de referencia no es el auto, sino el sumario que todas las partes tenían y que se exhibía, de ser necesario, en la pantalla VGA. Todo ello, al parecer, lo ignora el señor Allica.
También podríamos hablar de leyendas como que todos los policías involucrados fueron premiados con ascensos. Para empezar, la persona que dirigió la investigación, Jesús de la Morena, no está ya ni siquiera en el Cuerpo Nacional de Policía.
Y como esto, podemos refutar todas y cada una de las afirmaciones conspiracionistas, aunque evidentemente tal cosa es difícil en un solo mensaje. El lector que lo desee encontrará un esfuerzo más sistemático, profundo y exhaustivo en la Web de Desiertos Lejanos (www.desiertoslejanos.com), con la inapreciable ayuda de expertos en Derecho, Química Analítica, Explosivos, Medicina, Telefonía y otras disciplinas, además del sentido común de una gran comunidad de personas racionales. Otras excelentes fuentes de argumentos contra la teoría conspirativa son Peón Gris (peongris.blogspot.com) y los artículos de Manel Gozalbo en Hispalibertas, y de José Donís y de Enrique de Diego en varios medios.
Me falta por tocar un punto: dice Allica que no ve por ningún lado sesgo ideológico. Es una respuesta que me asombra. Sucede que el señor Allica es un Peón Negro que escribe regularmente en el “blog” de Luis del Pino con el mote de “trico”. La más somera consulta de dicho blog y de los comentarios de trico y otros contertulios revela el sesgo ideológico al que me refiero: estamos, invariablemente, ante personas que no aceptaron el resultado electoral del 14 de marzo y que, profundamente descontentos por la victoria socialista, han construido un mito conspiracionista sobre cómo se pergeñó tal victoria. La versión conspiracionista les da consuelo, a la vez que disculpa a sus héroes políticos (el gobierno de Aznar), que habrían sido engañados por los malvados conspiradores. Sagan dijo también que un investigador no debería enamorarse de sus hipótesis; debería someterlas a una profunda y constante crítica, y debería también estar dispuesto a cambiar de opinión en la presencia de evidencia contraria.
Ninguna de estas características confluye en los “investigadores” del 11-M. No son objetivos, están fanáticamente enamorados de su hipótesis, que más que hipótesis, como he dicho, es una verdad dogmática profundamente arraigada; y no existe nada, absolutamente nada, que les pueda hacer cambiar de opinión. Toda evidencia en contra de la gran conspiración es descartada como falsa o tachada de irrelevante.
Permítaseme citar a Gozalbo, hablando de la metodología de nuestros aspirantes a Sherlock Holmes: “Cualquiera que les haya prestado atención durante más de cinco minutos sabe que su investigación ha consistido, en un 99% de los casos y un 99% del tiempo, en un vulgar comentario de texto. Cogieron en su día la parte accesible del sumario, las actas de la comisión parlamentaria de investigación o cualesquiera otros documentos, y se pusieron dale que te pego a revisar su contenido en busca de errores, contradicciones y demás anomalías tras las que pudiera adivinarse la verdad.
Partían del absurdo principio de que la verdad del 11-M estaba encerrada en los textos de la versión oficial, escondida en ellos, quizá cifrada en alguna errata o en un numerito bailado, en un apodo cambiado o en un domicilio inexacto, en un teléfono comunicando o en una furgoneta milagrosa, y que solo era cuestión de tiempo y paciencia —por eso llevan dos años barajando una y otra vez exactamente las mismas cartas: siete de copas, dos de oros, cinco de espadas— averiguar el centésimo nombre de Alá que les permitiera entrar en el Paraíso. La partida legal ha expirado y siguen con sus naipes ajados, inasequibles al desaliento, investigando: siete de copas, dos de oros, cinco de espadas, dos de oros, cinco de espadas, siete de copas… Eso que se entiende como investigación de campo les pillaba a trasmano.
En efecto, la “investigación” nunca se ha lanzado a buscar pruebas de lo que argumenta, que es lo que haría cualquier investigador serio, al menos desde tiempos de Galileo. Difícilmente se puede encontrar la verdad analizando textos. Difícilmente se puede encontrar la verdad sentado frente a un ordenador con Google y la suspicacia como principales herramientas. Los métodos de estos investigadores, como los de todos los conspiracionistas, son escolásticos, medievales, y por tanto con la misma probabilidad de encontrar la verdad que aquellos señores que sostenían que la Tierra estaba en el centro del Universo.
Pero lo peor de todo, para volver al tema, es que leyendo a los Peones Negros, uno se queda con la impresión de que lo realmente importante del 11-M no fue el atentado en sí, con su horrible coste en dolor y vidas humanas truncadas, sino el resultado electoral. Para justificar sus consoladores mitos no han reparado en nada. Han orquestado tremendas campañas de calumnias contra funcionarios cuyo único “delito” ha sido no apoyar la versión conspiracionista. Juan del Olmo, Olga Sánchez, Sánchez Manzano, “la tedaxa”, el Tédax Pedro y hasta el GEO Torronteras (DEP), caído en acción, del que se ha afirmado más de una vez en los medios de los Peones Negros que sigue vivo y cobrando una pensión como pago de su silencio, todos ellos zaheridos, calumniados, acusados sin pruebas, en una orgía de linchamientos morales sin precedentes. Pero, y tal vez esto es lo más grave, han intentado minar sistemáticamente a todas las instituciones españolas dedicadas a la lucha antiterrorista y han defendido públicamente a terroristas. Respecto de esto último hay un episodio que seguramente se recordará como uno de los más bochornosos y tristes de la historia judicial española: los Peones Negros ayudando a redactar el escrito de conclusiones finales de una acusación particular, escrito en el que pedían la exoneración de quien hoy es uno de los terroristas con sentencia firme que cuenta con más años de condena en España. Muy seguro hay que estar de los dogmas propios para cometer tal despropósito. Esto no es otra cosa que la batasunización de una parte de la derecha española, gravísima por lo que comporta en tanto deja a un sector del electorado con la sensación de que las instituciones de la democracia no funcionan. No dudo que muchos Peones se hayan embarcado en esta loca aventura de buena fe, pero hay otros, sus jefes, que sin duda saben que mienten. Afortunadamente, las mentiras empiezan ya a alcanzar a alguno de ellos, sumido en un mar de querellas; pero el daño está hecho. Daño a la sociedad y daño a las víctimas, porque las que no comparten los delirios conspiracionistas son sistemáticamente insultadas y calumniadas, y las que sí comparten dichos delirios se han quedado con la terrible sensación de que no se ha hecho justicia. Imagino que es muy difícil admitir que se ha sido cómplice de todo esto, por lo que es más cómodo y psicológicamente consolador seguir la huida hacia delante y pensar que todo el mundo está en contra de uno.
Cierro esta larga respuesta con un par de interrogantes: si tan obvia es la falsedad de la “versión oficial”, ¿por qué pierden el tiempo en inútiles ejercicios escolásticos en vez de correr a un juzgado a denunciarlo? Y si es tan obvio que la “versión oficial” es falsa, ¿por qué ningún medio occidental de prestigio se ha hecho eco de ello? ¿Por qué el Departamento de Estado de EEUU (reitero el argumento, ya que Allica lo “olvida”) piensa que el atentado fue islamista y que el juicio fue ejemplar? ¿Por qué la práctica totalidad de la prensa extranjera es de la misma opinión? ¿Por qué no ven lo que, según usted, es tan fácil de ver? ¿Hasta esos extremos llega la larga mano de los omnipotentes conspiradores? Algo difícil de creer.
Y es que, señor Allica, como dicen que dijo aquella madre orgullosa: “qué no es listo ni nada mi Manolito, que todos en el desfile llevaban el paso cambiado menos él”. Sobre todo cuando la buena señora no cayó en la cuenta de que en el desfile todos menos Manolito eran soldados expertos, veteranos de mil batallas.