Titadyn, el eterno retorno (XXVI) por Rasmo

Titadyn, el eterno retorno (XXVI) por Rasmo

(Sigue de la entrada anterior)

Recordemos una de las reflexiones de García Abadillo, en su prólogo a «Titadyn«, dentro de la amplia cita que he denominado “texto de referencia” (recuérdese: es la exposición que hace Casimiro G. Abadillo, en las páginas 22 a 25 de dicho libro, bajo el epígrafe “El dato que llevó al Gobierno a la tumba”):

Si al final el atentado era obra de los islamistas, estaba claro que eso iba a actuar como revulsivo en contra del PP. Pero si el atentado era obra de ETA, Rajoy podía estar seguro de su triunfo frente a Zapatero. […] Aunque parezca obvio, no se puede desligar esta percepción (la seguridad de que la autoría, según fuera islamista o etarra, determinaría un triunfador en las elecciones del 14 de marzo) para entender todo lo que ocurrió durante las horas previas a ese día. Porque también ese mismo análisis se lo hicieron todos y cada uno de los policías que intervinieron en la investigación. Mejor dicho, todos los jefes policiales, cuyos puestos podían depender de que la victoria electoral fuese del PP o del PSOE.

¿“Aunque parezca obvio”? ¿“Obvio”? Esta es una de esas afirmaciones campanudas que el vicedirector de El Mundo se permite proferir con la despreocupada suficiencia de quien se considera exento de ofrecer nada parecido a una justificación.

Hay varias maneras de abordar este punto. Podríamos, por ejemplo, observar la evolución del pensamiento de su autor a este respecto, lo cual, estrictamente hablando no nos dice gran cosa sobre su contenido, pero al menos permite hacerse una idea de la consistencia intelectual del comentarista.

Esa disyuntiva (si es ETA, gana el PP; si son los islamistas, gana el PSOE) tiene una larga tradición. El editorial de El Mundo del día posterior a la masacre, ya perfilaba esta cuestión, señalando que:

A nadie se le escapa que las consecuencias políticas varían radicalmente en función de quién sea el responsable de los atentados.

Y el director de El Mundo, en su carta dominical de 21.3.2004, se expresaba en términos semejantes:

[A]l tomar decisiones tan extremas y arriesgadas como las referentes al apoyo activo de la invasión de Irak en contra del criterio de la inmensa mayoría de los ciudadanos, Aznar estaba sentando las bases de una fractura entre gobernantes y gobernados que los terroristas han sabido explotar […]. Si la autora del atentado hubiera sido ETA, la nación habría cerrado filas en torno al partido del Gobierno porque su política antiterrorista ha contado con un amplísimo respaldo […].

Sin embargo, en un primer momento, se trataba más bien de una reflexión atribuida y circunscrita a los políticos (y/o sus medios afines), sin que se asociara a ninguna supuesta manipulación de la investigación por parte de la propia Policía. El mismo García Abadillo, en un artículo ya citado de 29 de marzo de 2004, hacía unas consideraciones ciertamente interesantes:

Si el 11 de Marzo no hubiera estado tan cerca de las elecciones, probablemente Aznar se hubiera comportado de otra manera. Hubiera actuado como un profesional, es decir, como un presidente que sólo tiene un objetivo prioritario: ayudar a las víctimas, descubrir a los culpables y ponerlos a disposición de la Justicia. Pero no. Las elecciones estaban a la vuelta de la esquina. Y entonces alguien se dedicó a hacer las cuentas. Alguien en Moncloa (probablemente algún fontanero de pacotilla) dejó a un lado el drama que estaba viviendo el país y se dedicó a cuantificar la catástrofe en forma de escaños. «Si es Al Qaeda, perdemos las elecciones». ¡Dios nos libre de los que en situaciones así son capaces de llegar a tales conclusiones! Por eso, se tomó la determinación, no de mentir, sino de mantener la duda hasta el final. Aguantar la tesis de ETA hasta el 14-M. Porque, a sensu contrario, si había sido ETA la responsable de la masacre, aún se podían salvar los muebles. […] No se dio la orden de mentir. De hecho, no se mintió. Tan sólo se decidió dar la información mezclada con el wishfull thinking de que la tesis de ETA «seguía siendo la más probable».

En julio de ese mismo año, su opinión no parecía haber cambiado demasiado, salvo para incluir en ese reproche electoralista también al PSOE (CGA, EM, 5.7.2004):

No hay que ser un experto para darse cuenta de que el Gobierno gestionó pésimamente su política informativa. Aunque, probablemente, lo peor en su proceder fue la forma en que abordó el mayor atentado de la Historia de España, pretendiendo capitalizar la repulsa ciudadana y dejando a toda la oposición y, en particular, al PSOE, al margen de la estrategia para afrontarlo. […] La torpeza y la arrogancia del Gobierno ya fueron castigadas sobradamente por las urnas el 14 de marzo. Sin embargo, la oposición no debería presumir demasiado de su comportamiento en esos días. Es posible que el PP tratara de utilizar políticamente los atentados, pero los socialistas intentaron hacer lo mismo. La diferencia es que al PSOE le salió bien y al Gobierno le salió mal.

En septiembre de 2004, en su libro “11-M. La Venganza”, el vicedirector de El Mundo aludía nuevamente a este aspecto (p. 55), al narrar una conversación entre Eduardo Zaplana (ministro Portavoz en el momento de los atentados) y Pedro Arriola (sociólogo al que califica de “muy cercano a Aznar”), en la que este último le indicaba al primero:

Pues mira: yo creo que si se confirma la autoría de ETA, el PP va a barrer, pero si al final los atentados los han cometido los terroristas islámicos, entonces gana el PSOE.

Esa reflexión caló profundamente en los hombres que tenían la responsabilidad de llevar el timón del país en un momento difícil y doloroso. Y probablemente fue la causa de muchos de los errores que se cometieron en las horas siguientes.

Seguimos moviéndonos, por tanto, en esa línea de manejos políticos e intrigas de la corte que no trasciende al ámbito de las fuerzas de seguridad. Pero la fecha de publicación de este libro que acaba de citarse (septiembre de 2004) es importante, porque para entonces ya hacía cinco meses que un compañero de redacción, Fernando Múgica, había iniciado su serie de “Agujeros Negros”, perfilando con toda claridad la tesis complementaria de unos servicios de seguridad desafectos que engañan al Gobierno del PP y teledirigen a la opinión pública: lo que él mismo denominaba el “cuento de Pulgarcito” (que,  por cierto, fue estupendamente refutado en su día por Areán, aquí y aquí):

Lo que el Gobierno no conoce es que ya en esos momentos [en la mañana del 11-M] se han puesto a trabajar duramente un grupo de mandos policiales y algunos agentes del CNI, de la cuerda más dura y leal al partido socialista, para informar a sus dirigentes de todos los detalles que puedan conducir la situación en beneficio propio. Son los mismos que consiguen que cambie de manos la investigación y que la controlarán desde ese momento. Se forma un equipo hermético que deja de lado a la Guardia Civil y que ralentiza las informaciones que se pasan al CNI. Llaman, sin embargo, cada pocos minutos a una célula del PSOE que obtiene así información privilegiada, lo que les permite montar una estrategia eficaz contra el Gobierno. Saben que éste sigue empeñado en la tesis de ETA y permanecen callados para que Aznar, Rajoy y Acebes se metan ellos solos en la trampa.[F. Múgica, EM, 18.4.2004

Y es indudable que a Múgica se le entendió perfectamente en El Mundo, pues unos días más tarde, el propio director de dicho diario resumió la idea básica del primer agujero negro en un texto titulado, precisamente, «Las piedras del cuento de Pulgarcito» (EM, 2.5.2004):

En su extenso y valioso trabajo que abrió hoy hace dos semanas la caja de Pandora de los enigmas del 11-M, Fernando Múgica incluyó una referencia metafórica a las «piedras del cuento de Pulgarcito» para referirse al reguero de pistas -en su opinión esparcidas de forma deliberada a lo largo del camino que necesariamente habían de recorrer los investigadores- que permitieron identificar y detener al comando de Lavapiés, justo a tiempo de que la constatación de la autoría provocara un efecto previsible en el resultado electoral del 14 de marzo.

En estrecha relación con ese planteamiento, y siguiendo a Jiménez Losantos, podríamos hablar de la “tesis del Gobierno (del PP) zombi”, esto es, una pobre víctima noqueada y manejada como un pelele:

[13:43] Ahí sucedió una cosa que yo creo que dijo Zaplana y que nunca se me ha olvidado […]: ‘iban siempre una o dos horas por delante de nosotros’. Es decir, fueron encaminados y el Gobierno fue engañado por la Policía… del Gobierno, en principio, la Policía del Reino de España, por las fuerzas del Estado, de confianza del Gobierno, que algunas venían ya del PSOE y que siguieron siendo del PSOE, pero ascendidas. […] [18:42] El gobierno [del PP] estuvo zombi todo el tiempo y nunca supo nada. [Jiménez Losantos, entrevistado por García Abadillo, 13.11.2011]

Jiménez Losantos mencionaba a Zaplana y, en efecto, no han faltado representantes del PP que han acogido esta tesis en un momento u otro, al menos en la parte en la que muestra a un Gobierno desvalido y burlado, aunque sin incriminar necesariamente a ningún funcionario público (de hecho, a veces se considera que las fuerzas de seguridad también podrían haber sido engañadas, lo cual es bastante menos coherente de lo que podría pensarse, pero resulta comprensible por consideraciones de elemental prudencia política).

Así, el referido Zaplana, en su comparecencia en la Comisión del 11-M (de 28.7.04, p. 104), señalaba: “yo tuve la sensación de que alguien estaba jugando con nosotros”.

Ignacio Astarloa, el que fuera Secretario de Estado de Seguridad, en la misma Comisión (18.11.2004, p. 13), coincidía: “yo tuve una sensación que es que alguien […] me iba llevando a un sitio, al que ese alguien me quería llevar”.

El ex ministro del Interior dijo algo parecido en otra ocasión:

Lo más importante es que se conozca […] los que diseñaron ese atentado, quienes lo ejecutaron de una manera pormenorizada detalle a detalle y minuto a minuto en la aparición de las pruebas para ir en una dirección, al llevar en una dirección al Gobierno, a la opinión pública, todo eso es lo que tiene que conocerse. [Acebes, entrevistado en la COPE, 26.6.06, 4:50]

Y fue una idea que encontró su reflejo en el voto particular del PP al dictamen de la Comisión del 11-M (pp. 407 y 408):

[E]l hecho de que una parte de la sociedad española creyera la tesis de que el Gobierno mintió se vio favorecido por la circunstancia de que el Gobierno y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado fueron recibiendo las pistas relevantes para la investigación de los atentados de forma muy paulatina, da la impresión de que con la deliberada intención de confundirles, lo cual no sería ajeno a la intencionalidad política de los atentados […]; pistas que, por lo demás, no dejan de presentar algunos interrogantes […]. Así pues, el día 11 de marzo no sólo se comete un atentado, sino que todo indica que se juega con el Gobierno y con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.

En realidad, la imagen de un Gobierno desarmado ya había sido sugerida por Aznar en su última entrevista como presidente para la Cope (30.3.2004), en la que afirmó que España fue atacada por “una mente diabólica y maldita, para dejar a un Gobierno sin capacidad de reacción”.

En este sentido, por cierto, resulta irónico que el mismo periódico que consideró al día siguiente «un indicio de la impotencia de Aznar el que responsabilice de la masacre a «una mente diabólica y maldita» cuyo supuesto fin sería «dejar a un Gobierno sin capacidad de reacción»» (editorial de El Mundo de 31.3.04), no haga otra cosa que alimentar esas mismas hipótesis durante años.

Sea como fuere, lo que me interesa destacar es que García Abadillo ya conocía las bases de esa versión del Gobierno inerme, de las pistas preconstituidas, de la manipulación policial, cuando publicó su libro “11-M. La Venganza”. Y, salvo para indicar que el PSOE también recibió información de algunas fuentes policiales, no parece que el vicedirector de El Mundo hiciera mucho caso a su insigne colega y “agujerólogo”.

[Es importante destacar que, salvo inadvertencia por mi parte, en ningún momento su autor da a entender en dicho libro que la actuación policial fuera delictiva o que manipulara la información o facilitara datos deliberadamente falsos al Gobierno del PP. Esto tiene una consecuencia importante en el contexto de su narrativa. Si lo que algunos policías pudieron haber transmitido al PSOE era la misma información (auténtica) en manos del Gobierno, entonces la imputación no pasa de ser una constatación de que los grandes partidos políticos tienen contactos en todas las esferas; algo que, sin entrar a juzgarlo, no puede sorprender de hecho a nadie: también el Partido Popular y periódicos como El Mundo han hecho uso de sus contactos policiales bajo gobiernos del PSOE. En cambio, si la información (auténtica) que recibía el PSOE no coincidía con la que daba el Gobierno del PP, difícilmente podría recriminarse al entonces partido de la oposición que albergara sospechas de juego sucio por parte del Gobierno. Quisiera subrayar que no me estoy pronunciando al respecto, sino tratando de elaborar alguna consecuencia lógica.]

De hecho, la situación que narraba entonces Don Casimiro era muy distinta, incluso sorprendente. Recordemos que Fernando Múgica había afirmado la existencia de un grupo de individuos dentro de la Policía y de los servicios secretos que, de algún modo, hacen que “cambie de manos la investigación y que la controlarán desde ese momento”.

Pues bien, en lo que atañe a la Policía, lo que García Abadillo contaba en la página 84 de su libro de 2004 no se ajusta precisamente a esa imagen de investigación secuestrada por fuerzas ignotas y marginación del Gobierno:

Mariano Rajoy, que había sido ministro del Interior desde febrero de 2001 hasta julio de 2002 y seguía manteniendo buena sintonía con el comisario general de Información de la Policía, Jesús de la Morena, también quería saber la verdad. Por eso, en la mañana del día 12, le llamó por teléfono para conocer su opinión sobre la autoría de la masacre. El hombre que estaba llevando el peso de la investigación, un profesional sin afinidades políticas conocidas y respetado por todos, tampoco estaba ya seguro, pero aún seguía pensando que podía tratarse de ETA y así se lo dijo al candidato del PP.

Pero la discrepancia es mucho más notable en lo que atañe a los servicios secretos. En “La Venganza”, García Abadillo relata en detalle la espinosa relación de Aznar con el director del CNI. Resultan particularmente interesantes los siguientes pasajes, que cito extensamente:

[p. 131] Sobre las 17:30 [del sábado 13 de marzo de 2004] el director del CNI [Jorge Dezcallar] llamó a Acebes para pedirle una cita urgente. A las 18.00 Dezcallar apareció en el edificio del paseo de la Castellana para transmitirle al ministro un dato que consideraba relevante. Se trataba de una pista que habían localizado los agentes españoles y que conducía a un súbdito iraquí que podía haber colaborado en la comisión de los atentados. El ministro le escuchó con atención. Acebes, que estaba en el ojo del huracán, tenía las mismas dudas que la mayoría de los ciudadanos. Por ello, al finalizar la conversación, se quedó mirando fijamente al jefe de los espías y le preguntó cuál era su opinión sobre la autoría de los atentados. ‘En mi corazoncito yo creo que se trata de terrorismo islámico, aunque todavía no se puede descartar del todo la hipótesis de ETA’, le respondió con sinceridad Dezcallar.

Cuando el responsable de los servicios secretos llegó a su despacho se enteró de que la Policía había detenido a las 15.00 a tres marroquíes y a dos indios presuntamente relacionados con la matanza. El ministro, que cuando estuvo con él ya conocía esa información, ni siquiera le había dicho una palabra. Dezcallar estaba indignado.

En realidad el director del CNI no era un hombre del PP. […]

[Se narra a continuación el enfriamiento de las relaciones con el Gobierno a raíz de la filtración, por parte de este último, y de manera interesada, según el autor, de la reunión de Carod-Rovira y ETA en Perpiñán]

[p. 134] Dezcallar interpretó su marginación de las reuniones de los cuerpos y fuerzas de seguridad tras los atentados del 11 de marzo como una consecuencia de ese enfriamiento. O, peor aún, como una prueba de falta de confianza. El hecho de que Acebes no le comentara en la tarde del sábado la detención de los cinco implicados en la masacre era una muestra más de esa mala sintonía arrastrada desde la filtración a ABC de la entrevista de Carod-Rovira con ETA.

Realmente la situación era incomprensible. En España se había producido el mayor atentado de la historia y el Gobierno había dejado al margen de la investigación a sus servicios de información. O bien es que se consideraba inútil su colaboración, o bien es que su participación podía ser incómoda para el Gobierno.

[…]

[Cuenta García Abadillo que el PP, ya como Gobierno en funciones, desclasificó determinados documentos para justificar su gestión informativa de la masacre, lo que disgustó una vez más a Dezcallar, que pensaba que la maniobra trataba de usar al CNI como chivo expiatorio (pp. 136-7)]

Aznar no cedió […]. [Esto] no contentó al director del CNI, que pensaba que el Gobierno quería utilizar a los servicios secretos para justificar una política informativa que había resultado nefasta. Era como echar las culpas al CNI de que el Gobierno se hubiera equivocado por pensar que había sido ETA la autora de los atentados.

La conversación fue muy tensa, y al final de la misma Dezcallar puso su cargo a disposición del presidente del Gobierno […]. El director del CNI habría presentado su dimisión irrevocable si el PP hubiera ganado las elecciones. Sin embargo, tras el mazazo del 14 de marzo, marcharse, a pesar de que tenía razones para hacerlo, le pareció una deslealtad inasumible.

¿No es fantástico? Lejos de ser un Gobierno de inocencia casi virginal, ninguneado y desinformado (cuando no directamente engañado) por unos desleales servicios secretos, lo que el vicedirector de El Mundo narraba con los acontecimientos aún frescos era un escenario donde, antes del atentado, el Gobierno ya había hecho uso (incluso abuso) de la información del CNI con fines electorales filtrando interesadamente la reunión de Perpiñán; un escenario donde el propio ministro del Interior oculta información al jefe de los espías y donde “el Gobierno había dejado al margen de la investigación a sus servicios de información”, hasta el punto de que el director de éstos habría tenido “buenas razones” para dimitir y no lo hizo por lealtad. ¿No es exactamente lo contrario de lo que luego nos han venido a contar?

Quiero aclarar de nuevo que no estoy defendiendo a unos u otros. Únicamente pretendo indicar que no resulta ecuánime reescribir la historia para mostrar sólo como manipuladores a unos pocos cuando es obvio que fue un juego sucio disputado a varias bandas. Y es obvio, no porque lo diga yo, sino porque así lo pensaba y así lo escribía en su momento de manera explícita e inequívoca quien ahora señala en exclusiva al lado que menos le gusta. Los periodistas Manuel Marlasca y Luis Rendueles, en “Una historia del 11-M que no va a gustar a nadie” (2007, p. 53), citan a un miembro del gabinete de Acebes recordando: “los manipuladores del PSOE fueron mucho más inteligentes y más sutiles que los manipuladores del PP”. No es muy distinto de lo que escribía García Abadillo en el artículo ya referido de 5 de julio de 2004:

Es posible que el PP tratara de utilizar políticamente los atentados, pero los socialistas intentaron hacer lo mismo. La diferencia es que al PSOE le salió bien y al Gobierno le salió mal.

Cuando un comentarista hace diferentes manifestaciones sobre un mismo hecho: 1) unas, con la memoria reciente y sin tiempo de haber consolidado intereses adquiridos, potencialmente “contaminadores” y 2) otras, después de haberse comprometido en profundidad con una línea de opinión muy específica que “colorea” intereses muy específicos y sospechosamente espurios… tiendo a desconfiar de las segundas.

Se me podría objetar que en un primer momento no se conocía el alcance de las manipulaciones posteriores. Sin embargo, aparte de que ya estaban en gran medida perfiladas por Fernando Múgica desde su primera entrega, creo que estamos viendo sobradamente la escasísima consistencia de hecho de las tradicionales imputaciones conspirativas. Obviamente, esto incide sobre la propia esencia de la discusión de fondo y quienes no quieran dejar de creer en la mitología de las tramas negras de interior dudo que cambien de opinión a estas alturas.

Pues bien, pasada esa primera fase en la que todos parecían estar de acuerdo en que el Gobierno del PP había hecho, al menos, los mismos cálculos electorales que sus oponentes y no se había comportado precisamente como una ingenua caperucita, el cuento evoluciona rápidamente adaptándose a las intrigas editoriales de turno.

De este modo, en su “radiografía” del atentado “ante el juicio del 11-M” (2.11.2007), García Abadillo rejonea a uno de los sospechosos habituales de su redacción, atribuyéndole una importancia que me atrevería a calificar de patéticamente exagerada:

¿Quién se percató desde el primer momento de las posibilidades que ofrecía el atentado si se utilizaba convenientemente la información?: Rafael Vera, el ex secretario de Estado para la Seguridad […]. Vera trasmitió a algunas personas de la dirección del PSOE, ya en la mañana del 11 de marzo, las enormes posibilidades que ofrecía el atentado desde el punto de vista electoral. La tesis de Vera era tan simple como eficaz: si los responsables del atentado habían sido los islamistas y no ETA, el fantasma de la guerra de Irak se volvería contra Aznar. […] Ese mensaje podría movilizar a centenares de miles de personas que, hasta ese momento, daban por segura la victoria del PP y no pensaban ir a votar. La estrategia consistía en utilizar la información disponible antes que el Gobierno.

¿“La tesis de Vera”? No deja de ser graciosa la preeminencia que se le da a la supuesta opinión de este señor, cuya información se supone fundamental para iluminar la estrategia del PSOE, teniendo en cuenta que el propio García Abadillo señaló muy recientemente (Veo7, 8.3.2011, min. 11):

Yo creo que todo el mundo, esa mañana, todos, todos, nos hicimos esa reflexión. Internamente. Probablemente nadie la queríamos expresar porque era como banalizar algo tan terrible como ese atentado, pero todos pensábamos que si era ETA el Partido Popular iba a ganar por mayoría absoluta y si no era ETA ye era un atentado islamista el PP podía pasarlo mal porque podía producirse un efecto como consecuencia de la guerra de Irak. Eso estaba en el subconsciente yo creo que de todo el mundo.

En fin…

El caso es que, metidos de hoz y coz en la caza de agujeros y enigmas, la disyuntiva ETA/PP, islamistas/PSOE se empieza a predicar con más frecuencia (de forma expresa o como trasfondo implícito) de oscuras tramas de los servicios de seguridad y espionaje, relacionados de algún modo, directo o indirecto, con el PSOE, al tiempo que al Gobierno del PP se lo representa casi con una piruleta y recogiendo flores por el campo. En suma, la anterior disyuntiva se asocia normalmente, de manera prácticamente ineludible, a la manipulación de las pruebas para encaminar a un mansurrón Gobierno desorientado y confundido. Que es de lo que ha ido todo en realidad durante mucho tiempo…

Como hemos visto, los políticos del PP no se atrevían en general a dar ese paso explícitamente (en lo que atañe concretamente a las fuerzas de seguridad, quiero decir). Pero los periodistas (o asimilados), a diferencia de quienes han ejercido responsabilidades de gobierno, no necesitan ninguna prudencia. Se trata, pues, de una tesis que Luis del Pino, por ejemplo, ha repetido en numerosas ocasiones en todas sus facetas. Como simples ilustraciones:

[A] partir de aproximadamente las nueve y media de la mañana del 11-M, el gobierno del Partido Popular no se enteró de nada, no le llegó ninguna información que no quisieron que le llegara. Le llegó información manipulada que le quisieron enviar, y desde luego, los llevaron por donde quisieron, los torearon como les dio la gana, y al final, se volcó las elecciones, que era lo que se quería. [LdP, Conferencia en Vigo, 31.1.07; min. 33 aprox.]

[E]n la mañana del 11 de marzo, menos de cuatro horas después del atentado, las estructuras del Ministerio del Interior, las estructuras policiales, dejaron de existir y […] se establecieron canales paralelos de información. El Partido Socialista tuvo información minuto a minuto de lo que estaba sucediendo y, por tanto, entre el 11 de marzo y la explosión del piso de Leganés, el 3 de abril, quien manejó la información a su antojo y quien pudo controlar la marcha de los acontecimientos fue el Partido Socialista, no el partido que estaba en ese momento en el Gobierno, que era el PP. [LdP, Cope, 12.3.06, Entrevista, 18:56]

Planteamiento similar al que provocaba en el director de El Mundo la siguiente observación:

[E]n los aparatos del Estado hay gente que no ha jugado limpio, gente que ha tenido otros objetivos y otros criterios que la obediencia al gobierno democrático emanado de las urnas […]. Es que sigue habiendo un gobierno en la sombra, sigue habiendo un Estado dentro del Estado. […] Que eso se mantiene así desde los tiempos del franquismo. [P. J. Ramírez, Cope, 27.6.06, Tertulia]

En efecto, bien se ve que ya no son sólo los políticos los que sacan la calculadora electoral. Los policías también echan cuentas:

Claro, como que estaban todos pensando ‘a ver quién gana y a ver cómo me coloco. Y a ver a quién le vende [sic] el favor, y a ver quién me asciende.’ La imagen de la policía, después del juicio 11-M es pavorosa, es mexicana. […] Gente capaz de tapar los datos de una masacre, qué, qué no hará, de qué no será capaz. [F. J. Losantos, Cope, 29.5.2007, Federico a las 6]

Esta formulación, con variantes más o menos genéricas, tiene una larga trayectoria. En este sentido, hace ya mucho tiempo que el director de El Mundo enunció sus conocidos postulados en una infame carta dominical de sugerente título (“La conspiración de la pólvora”, EM, 5.3.2006):

[L]o que a estas alturas sí me atrevo a afirmar es: 1) Que tengo el convencimiento de que la realidad ha sido manipulada mediante la introducción de pruebas falsas destinadas a engañar tanto a la opinión pública como al juez instructor. 2) Que tanto la mochila de Vallecas, como la furgoneta Renault Kangoo, como el coche Skoda Fabia forman parte de ese montaje. 3) Que ello implica la participación de miembros de los aparatos policiales y servicios del Estado si no en la comisión del atentado, sí desde luego en su distorsión al servicio de objetivos políticos.

Podemos ahorrarnos una prolija documentación cronológica saltando directamente al último aniversario del atentado. Concretamente:

[C]ada vez está más claro que hubo una trama policial que diseminó pruebas falsas para contribuir a que la percepción de que se trataba de un atentado islamista hiciera perder al PP las elecciones. [P. J. Ramírez, el mundo en 2 minutos, 10.3.2011]

Y con más detalle:

No tengo duda de que existió una trama policial o bien para colocar pruebas falsas o bien para manipular lo encontrado. Ese fue el caso del explosivo hallado en la Kangoo, de la mochila de Vallecas, del Skoda Fabia o de los falsos terroristas suicidas. Sanchez Manzano es la punta del iceberg de esa trama. […] La conducta de Manzano va destinada a cambiar la percepción sobre el atentado y es imposible que actuara por su cuenta. […] [L]la torpeza en la gestión política del atentado por parte de Aznar facilitó que enseguida se percibiera que si había sido ETA el PP arrasaría y si habían sido los islamistas el PSOE podía lograr un vuelco electoral. Bien por ideología, bien por oportunismo esos policías trataron de ayudar al PSOE y perjudicar al PP. [P. J. Ramírez, encuentro en elmundo.es, 11.3.2011]

Y es que, en efecto, ese análisis sobre las consecuencias de la autoría que, según el prólogo de “Titadyn”, “se lo hicieron todos y cada uno de los policías que intervinieron en la investigación” o “mejor dicho, todos los jefes policiales, cuyos puestos podían depender de que la victoria electoral fuese del PP o del PSOE” (p. 23), se atribuye con particular saña a la actuación del fementido Sánchez Manzano. En efecto, la reflexión  incluida en el texto de referencia que venimos comentando, dentro del prólogo de “Titadyn”, no tiene otro objeto que presentar al ex Jefe de los Tedax como el gran protagonista de los mayores “errores” del Gobierno del PP y, por ende, como el principal agente de un artero vuelco electoral.

En este punto, el vicedirector de El Mundo tiene un historial pertinaz. Me permito aquí reproducir una cita suya particularmente significativa que ya ofrecí en anteriores páginas. Se trata de su artículo de 16.12.2006, titulado “El hombre que apostó por el caballo ganador”:

Juan Jesús Sánchez Manzano […] actuó desde el primer momento a sabiendas de la trascendencia política que iba a tener la investigación de la matanza. Sánchez Manzano […] no sabe mucho de explosivos, pero es lo suficientemente ambicioso como para adivinar lo que se estaba jugando entre el 11 y el 14 de marzo. Tuvo el olfato de moverse más como un político que como un técnico. Y, por ello, actuó con los aprioris que estaban sobre la mesa en esas horas fatídicas: si ha sido ETA, gana el PP; si han sido los islamistas, gana el PSOE. Tan tremendo como real. Imagínense las consecuencias de esa reflexión para un hombre de cuya información iba a depender en gran medida que una de esas dos hipótesis se impusiese. Todo o nada. La derrota o la victoria. El ser o no ser. […] Sánchez Manzano jugó a ganar, pero su ambición fue pareja a su torpeza.

Vaya, Don Casimiro, que, como hemos visto, parece no ser capaz de leer correctamente un simple documento, no tiene reparo, sin embargo, en ejercer de lector de mentes para atribuir aviesas intenciones a determinados policías. Perdón: “a todos y cada uno” de ellos, aunque el Jefe de los Tedax ejerza de malo supremo. No puedo evitar volver a preguntarme: ¿Cómo demonios pretende saber el vicedirector de El Mundo lo que pasaba por la cabeza del Sr. Sánchez Manzano?

Entiéndase bien. Soy perfectamente consciente de que existen policías corruptos, jueces corruptos… incluso periodistas corruptos. Pero dudo que en nuestras circunstancias de tiempo y lugar pueda asumirse con normalidad, como punto de partida no necesitado de mayor justificación, que “todos y cada uno” de los policías (incluido Sánchez Manzano) tengan como prioridad falsificar pruebas (es decir, cometer graves delitos) en beneficio de sus simpatías electorales antes que detener a los culpables de la mayor matanza terrorista de nuestra historia. Y eso, con los cuerpos aún calientes.

Quizá es que algunos, resabiados en la escuela del cinismo, se dedican a proyectar en los demás sus propios esquemas mentales… no lo sé.

Y aquí pasamos ya a la cuestión de fondo. Porque, por muy “obvio” que pueda parecerle a García Abadillo, no consigo comprender el motivo por el que el entonces Jefe de los Tedax (o, para el caso es lo mismo, cualquier otro policía) se jugaba “el ser o no ser”.

Ideología u oportunismo, apuntaba el director de El Mundo. Sus puestos de trabajo, sugiere el coautor de “Titadyn” en su prólogo. Pero esta argumentación no sólo me resulta profundamente insatisfactoria. Es que no tiene ningún sentido.

En principio, cualquier policía con un puesto funcionarial fijo no tiene nada que temer de ningún cambio de gobierno. Pero centrémonos en la cúpula policial, los más altos mandos cuyos cargos son de confianza y pudieran estar sujetos a eventuales vaivenes electorales. El 11 de marzo de 2004, dichos altos mandos sólo podían hallarse en una de dos situaciones: o habían sido nombrados por el PP o habían sido mantenidos por el PP. En el primero de los casos se encontraba Sánchez Manzano. Y la pregunta que me hice en su momento y ahora repito sí que es “obvia”: ¿Qué razón podía tener un alto mando de la policía nombrado por un Gobierno del PP para derribar a dicho Gobierno? ¿Qué se estaba jugando él mismo? En efecto, aun suponiendo que un policía con décadas de servicio no tenga nada mejor que hacer inmediatamente después de una masacre como la que sufrió España (y ya es suponer), ¿no sería más lógico a priori pensar que su tendencia natural, si es que se le ha de atribuir alguna, sería la de ayudar a quienes lo habían colocado al frente de los TEDAX?

Estoy seguro de que el propio García Abadillo estaría de acuerdo conmigo si sus prejuicios o compromisos no empañaran su criterio. En efecto, es una observación bastante frecuente que la mayoría de las personas son capaces de ejercer cierta sensatez y sentido común en asuntos en los que no tiene ningún apego o interés claramente reconocible. O, también, cuando lo razonable y lo conveniente coinciden.

Digo esto porque el mismo García Abadillo ha mostrado que sabe, muy en el fondo, que la reflexión vertida en el prólogo de “Titadyn” es absurda. Tan en el fondo que ni siquiera  parece darse cuenta de ello.

Efectivamente, en cierta ocasión (EM, 20.11.2006), el coautor de “Titadyn” narra la discrepancia entre lo declarado por Cuadro Jaén y Díaz Pintado en la Comisión del 11-M a cuenta de la información sobre el tipo de explosivo de los trenes. [Veremos los detalles en breve, pero para situarnos rápidamente, el primero dijo haber comunicado al segundo que los Tedax le habían dicho in situ desde El Pozo que el explosivo podía ser dinamita con cordón detonante, información que le confirmó más tarde desde el laboratorio de los Tedax al recibir los primeros resultados de los análisis. Díaz Pintado, en cambio, aseguraba que Cuadro Jaén le había transmitido que se trataba específicamente de Titadyn con cordón detonante; el mismo Díaz Pintado lo comunicó a su vez a Garzón]:

Según la versión que el propio Cuadro Jaén dio en el Congreso, de los Diputados, cuando se produjo el análisis sobre las sustancias halladas en los focos de las explosiones, él estaba presente en el laboratorio de los Tedax. Fue desde allí desde donde llamó a Díaz Pintado para decirle que se trataba «de dinamita». Dicha versión, absolutamente contradictoria con la de su jefe, no tiene mucho sentido. ¿Qué interés tendría Díaz Pintado en mentir a la cúpula policial y al ministro sobre el tipo de explosivo? ¿Con qué fin transmitió esta información en teoría falsa a Garzón?

Reflexión acertadísima pero, por desgracia, unilateral y arbitrariamente limitada. En efecto, me permito completar: ¿qué interés tendría, no ya Díaz Pintado, sino cualquier alto mando, en mentir a la cúpula policial y al ministro sobre el tipo de explosivo? ¿Por qué al Sr. García Abadillo le parece absurdo atribuir una intencionalidad espuria a Díaz Pintado, pero no a los demás mandos policiales? ¿Se debe tal vez a que la versión del primero sí le conviene y la de los otros no? Una posición intelectual realmente sólida. Por no mencionar la falta de sutileza tan característica del conspiracionismo, según el cual sólo existen la verdad y la mentira, pero no los errores de buena fe, pero eso es otro cantar.

Puestos a examinar apreciaciones periodísticas, a mí me parece bastante más verosímil lógica y psicológicamente la referencia que hacen Marlasca y Rendueles en su libro ya citado (p. 47):

“¡Qué más hubiésemos querido muchos de nosotros que ETA estuviese implicada!, pero ya no había ninguna posibilidad. Pasamos mucho rato buscando una txapela en los trenes, pero todo apuntaba a los musulmanes”, recuerda un comisario, hombre de confianza del ejecutivo de Acebes y artífice de las investigaciones.

Policías con preferencias políticas, que no por ello dejan de hacer su trabajo.

Lo más irónico de todo es que el mismo García Abadillo que ahora predica insidias gratuitas defendía en su día la actuación policial cuando era el otro bando el que manejaba la “teoría de la ocultación” para atizar al Gobierno del PP:

Si no hubiera habido elecciones el 14 de marzo, la investigación policial no se habría instrumentalizado. Al contrario, todo el mundo estaría de acuerdo en reconocer que la policía hizo un buen trabajo deteniendo a los primeros sospechosos en poco más de 48 horas de los atentados (CGA, EM, 5.7.04).

¡Quién lo diría!

(Continuará)

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