Titadyn, el eterno retorno (LIII) por Rasmo
(Continúa de la entrada anterior)
Las anteriores entregas han servido para mostrar el contenido preciso y constante de las explicaciones oficiales acerca de por qué resultaba imposible establecer la marca comercial de la dinamita que había estallado en los trenes. Básicamente, cuando se trabaja sobre meras impregnaciones, sin sustancia intacta, no es posible hallar todos los componentes ni sus respectivas proporciones, lo que impide ir más allá de una genérica denominación del tipo de explosivo.
Corresponde ahora, y en sucesivas entregas, acreditar que esa explicación es cierta, según todos los elementos a nuestro alcance, de modo que las pretensiones en sentido contrario de los críticos de la versión oficial se revelarán ayunas de todo sustento. El bloque argumental que aquí se inicia pretende mostrar que las objeciones de los comentaristas habituales son inatendibles ya que, por un lado, son inconsecuentes y, por otro lado, no se corresponden con hechos fácilmente constatables. Son inconsecuentes (aparte de sus fallos lógicos) en el sentido de que los propios críticos, y en particular los “peritos independientes” no son capaces en su propia praxis de hacer lo que aseguran que puede (más bien debe) hacerse; son, además, poco acordes con la realidad, en la medida en que un examen de la casuística y antecedentes en la materia desmiente los principales asertos que se aducen frente a la versión oficial. El análisis de restos explosionados (no de sustancia intacta) nunca ha sido una técnica infalible para la determinación de marcas comerciales, como los conspiracionistas alegan (con cierta confusión, por lo demás) repetidamente. Asimismo, de manera análoga a la reducción al absurdo, aplicar sus argumentos a casos reales, autóctonos y extranjeros, lleva a resultados inasumibles, lo cual, como mínimo, revela que sus posiciones carecen de solidez y están contaminadas de una parcialidad poco laudable.