Viaje al fondo de la chatarra del 11-M por Manel Gozalbo

Publicamos aquí otro comentario de Manel Gozalbo (fundador de Hispalibertas y miembro de Desiertos Lejanos); se trata de la continuación de «Cuando se refutaron a sí mismos y ni se dieron cuenta«.

Dada la calidad del artículo, que necesariamente se resentiría de los cambios que se pudiesen realizar, hemos creído oportuno, con el permiso del autor, presentarlo a nuestros lectores íntegramente y sin modificaciones.

 

Un viejo conocido de cuando los triceratops triscaban alegres por las praderas y los pterodáctilos se posaban grácilmente en la repisa de la ventana de mi amada —o sea, alguien que no me hablaba desde los tiempos en que HL se salió de Red Liberal— me ha solicitado amablemente por correo que termine de convencerle con esto de la chatarra. Que sí, que entiende y valora mi argumentación y mis puntos de vista, y no se siente capaz de contradecirlos, y hasta los comparte, pero que acaso por la reiteración de la propaganda durante todos estos años le queda un regusto raro en la cabeza. En un segundo correo se ha referido a este editorial de Libertad Digital como ejemplo de los fantasmas que le persiguen.

Le he hecho ver que ese editorial realmente no dice nada, empezando por el dubitativo título, siguiendo por sus deficientes planteamientos jurídicos y terminando con la chocante contradicción de invocar al malo oficial Sánchez Manzano para imaginar luego un delito que no le tendría a él como sujeto (ni principal ni secundario), el cual sería en todo caso el juez instructor. Pero es que contra el juez del Olmo (y la fiscal Olga Sánchez) ya se querellaron en 2006 por eso mismo que apunta el editorial, y la cosa estuvo a puntito de acabar con los huesos de Manos Limpias en chirona —un decir— por denuncia falsa. Naturalmente, la reiteración es elemento fundamental en toda conspiranoia, sobre todo la reiteración de lo que no es verdad (enlace muy apropiado, con reiteración de falsedades, ecos de Red Liberal y Titadyn).

Añado ahora que ese de LD es un editorial desesperado, sin más. Un intento vano de exprimir una teta seca, como se pone de manifiesto en la trifulca pelín menos que amical que el tuitero oficial de LD mantuvo ayer con un desconcertado Pedro J. Ramírez a propósito del poco impacto que en el rotativo de Unedisa ha tenido, a juicio de LD, el «espectacular hallazgo»: media página con foto, título a cuatro columnas y cita del origen de la noticia en el primer párrafo (lead), se defendía Ramírez. En LD, sin embargo, están tan susceptibles con este asunto que tuiteaban por boca de su extraño sentido de solidaridad traicionada («Si yo le doy fanfarria a lo que tú publicas, ¿por qué no tú a lo mío?«) y más bien traslucían su impotencia para abrir un debate mundial. Le reprochaban a Ramírez ser llamados «página web» en vez de «diario nativo» (de la red), que no se citara a los autores de la información y que a la chatarra se la llame chatarra, en vez de «foco de explosión». Oops. Por suerte no protestaron que la noticia había aparecido en página par y debajo de una información de Joaquín Manso sobre el recurso de Zougam y familia a la inadmisión de la querella contra las testigos rumanas.

Actualizado viernes 22:30: «A pesar de que el diario cuya plataforma digital tiene nombre de chicle sin azúcar se refiere a este periódico como una simple página web, hay ya…». Dura el enfado, parece.

Batallitas al margen, mi corresponsal necesita una visión panorámica del rompecabezas de los trenes. Vamos a ello. Abróchense los cinturones.

La batalla del lenguaje

Se deplora a menudo haber perdido la batalla del lenguaje frente a ETA y los independentistas vascos. Los demócratas usamos cotidianamente sus términos y sus conceptos del modo más natural, sin caer en la cuenta de que son términos y conceptos cargados, i.e. tendenciosos, que no explican el mundo tal como es sino tal como lo ven los etarras y su tropa civil. Con la conspiranoia del 11-M sucede igual, aunque por sus características especiales la influencia social o política de la perversión del lenguaje sea mucho menor y apenas nos enerve a quienes nos dedicamos a desmontar los engaños que contiene. Así, por un ejemplo, El Mundo y Libertad Digital se empeñaron en 2007 en llamar «peritos independientes» a los peritos que, en realidad, actuaban en nombre de algunas de las partes en el proceso (LD sigue en ello, al hilo de todo esto de la chatarra).

Es una memez —como muchas de las etarras— cuyo objeto intermedio consiste en deslizar subconscientemente que los periódicos para los cuales han escrito dichos peritos (Iglesias en EM y Moris en LD) también son independientes, insobornables frente al poder y rebeldes (duduá), pero que antes que eso lo que promueve es una visión del 11-M verdaderamente capciosa según la cual la policía, la justicia y el gobierno socialista son los malos. La cobertura del macrojuicio que hizo El Mundo, sin ir más lejos, fue una interminable letanía de acusaciones contra todo el aparato estatal de seguridad, desde el CNI hasta el último policía municipal. Nuestros policías (en sentido amplio, incluyo jueces y CNI) eran, a juzgar por las portadas del periódico, una manada hambrienta de sangre, manada de infames delincuentes torpérrimos mangoneadores tramposos matagatitos, a pesar de lo cual, a nivel editorial u opinativo, no se llamaba a construir barricadas y armarse con AK-47 para resistir el asedio de semejante horda de zombies vampiros ni se publicaban planos de las ciudades con los puestos de mando de la Resistencia. ¿Una divertida exageración, dices? No, hombre, mira algunos de los titulares de los días inmediatamente previos al macrojuicio y durante sus primeras semanas:

—El chófer de Allekema Lamari era colaborador del CNI antes de los atentados islamistas del 11-M

—Manzano admite que no se hizo ningún análisis ‘científico’ del explosivo del 11-M

—Un documento prueba que el coronel Hernando no dijo la verdad a la Comisión del 11-M

—Del Olmo archivó una denuncia contra Hernando cuando tenía pruebas de que había mentido

—Trashorras traficó con dinamita cuando era confidente de la Policía en Avilés

—Zougam afirma que le implicaron en el 11-M por negarse a trabajar para el CNI

—La Policía Científica al banquillo por falsificar el informe ‘ETA/11-M’

—Trashorras dice que denunció a policías de Oviedo que ‘El Chino’ quería dinamita

—La Policía obtuvo datos del 11-M sin orden judicial y de forma inverosímil

—Un jefe policial declara que la casa de Morata estaba vigilada desde 2002

—’Cartagena’ declara que vio reunirse a ‘El Tunecino’ con la Policía en 2003

—El controlador de ‘Cartagena’ ocultó a Del Olmo datos clave del 11-M

—Dos testigos confirman que la Policía tuvo bajo control a ‘El Tunecino’ antes del 11-M

—El testimonio de Manzano desacredita las pruebas clave de la versión oficial del 11-M

… y muchos más (lo mismo se verifica en Libertad Digital, entre otras razones por la facilidad con que se apropian del sudor y la tinta de los periodistas de El Mundo). Pese a todo, en el colmo de la incongruencia, el director Pedro J. Ramírez seguía entrevistando al presidente de los malos, un tal Rodríguez Zapatero, con quien mantenía buena relación personal y con quien por debajo de la mesa camilla hacía manitas para ver de terminar con éxito la concesión de un canal digital de televisión. Que obtuvo. La tostada olía a distancia, aunque los perdedores del 14-M no se dieran cuenta embriagados por el lenguaje. El contexto tendencioso fabricado por todos esos titulares (que enturbian el entendimiento de la cuestión por parte de la opinión pública) impedía por consiguiente que los peritos de la Policía o la Guardia Civil, que son quienes en realidad representaban los intereses de todos, los independientes de verdad, fueran tildados precisamente de independientes; ¿cómo iban a serlo, o siquiera poder serlo, si como poco eran compañeros de armas de los de la manada siniestra y acaso parte de la manada misma? Los independientes tenían que ser los peritos de las partes, por más que se incurriera en parajodas como que algunas de las acusaciones particulares (de asociaciones de víctimas del terrorismo) pidieran en la sala miles de años de condena para los islamistas de todo a cien y, casi a la vez, esos mismos abogados —o peritos— fueran estrellas invitadas en los medios conspiranoicos porque su discurso fuera de la sala era digamos que llamativamente favorable a las más que discutibles tesis de estos medios. ¿Efectos secundarios de la batalla del lenguaje? Más bien no. Más bien efectos primarios.

Comoquiera que los conspiranoicos no aceptan en su fuero interno el resultado electoral de 2004 —las conspiranoias son propias de perdedores—, la subsiguiente instrucción judicial de los atentados, fruto a su vez del trabajo policial, no puede ser sino un gigantesco apaño, un montaje de las cloacas, o como dijo Pedro J. Ramírez «la mayor conspiración de la democracia». Y ahora de espaldas: como no aceptan la sentencia, polis y magistrados han de ser por fueza unos corruptos matagatitos al servicio de los beneficiarios de unas elecciones generales que se confunden en las cabezas conspiranoicas con los propios atentados ocurridos tres días antes.

Otro ejemplo de lenguaje pernicioso en el 11-M es el referido a las «pruebas«. El término se usa con una ligereza vergonzante, y no tiene sentido ni en el plano coloquial ni, por supuesto y mucho menos, en el plano jurídico. Se ha insistido durante años en varios canales de televisión, radios y periódicos nacionales (nativos, ejem, y de papel) que los vagones son «pruebas«, y por tanto al achatarrarse se han destruido «pruebas del 11-M«. La potencia de fuego de HispaLibertas o Desiertos Lejanos no alcanza para desmentir semejante majadería, pues nuestras respectivas audiencias quedan a parsecs de distancia de las de ese conjunto de medios, de modo que la majadería prospera en grandes sectores en la opinión pública. Abundan los que, de verdad, sinceramente, sin asomo de autoengaño o de intereses raros, piensan que se han destruido o manipulado «pruebas del 11-M«, y no hay humano ni semidiós que pueda convencerles de lo contrario porque el machaqueo recibido ha sido proverbial.

Cuando, en su momento, llegan las sentencias en contra, los archivos, las inadmisiones o los sobreseimientos libres por parte de los distintos juzgados y tribunales, estas personas se sienten legítimamente estafadas, pues sus medios de información de confianza les habían vendido una burra coja que ahora ven masacrada en el ágora, pero —aaaahmigo— no se les ocurre pedir explicaciones o responsabilidades a los que tan flagrantemente les han desinformado sino que culpan (ahora está de moda) al Sistema. De ahí al «cambio de régimen», lepenismo (Alternativa Española), neofascismo y similares, o a pensar que con un gobierno de derecha esto se corregirá porque los tribunales hasta ahora estaban arteramente amañados por Rucalcaba, no hay más que un milímetro, que en el 11-M, como es público y notorio, algunos hace años que han cubierto. Enfrentarse a la insensatez de tales planteamientos le ha costado una legión de enemigos jurados a Alberto Ruiz-Gallardón, al que consideran un traidor por la acusación de Losantos que transcribí ayer: haber defendido las tesis del PSOE. Gajes de lo que no es no es, y además es imposible.

Las «pruebas» del pretérito pluscuamperfecto

Esto de «las pruebas de los trenes» hay que contemplarlo en el contexto antedicho: la manada de polis siniestros. Uno ha perdido la cuenta de las veces que lo habrá explicado, tanto aquí en HL como en Intereconomía en su día, pero habrá que insistir. Cuando los atentados, los distintos cuerpos policiales recogieron miles de prendas, objetos, piedras y sustancias varias. En esa febril actividad policial, en la misma mañana de los atentados los tedax consiguieron resolver la primera pregunta: el explosivo había sido dinamita (no explosivo militar, casero o ANFO, entre otros posibles), lo cual, más que apuntar a nadie en particular descarta a muchos sospechosos posibles (luego otras pistas en otros lugares condujeron al yijadismo, pero no quiero apartarme de los trenes). Se siguió recogiendo materiales día y noche, y particularmente en los vagones siniestrados se estuvo con ellos durante semanas. Todos fueron pasados por la prueba del algodón en busca de restos no visibles de la explosión, las famosas torundas, y se encontró lo que por la naturaleza de las explosiones se pudo encontrar. No siempre se tiene tanta suerte como en las películas, porque así de jodido es el mundo real y en él carece de sentido la monserga del «solo un tornillito», «unas pocas bolsitas» y demás. En el fragor del disparate de sospechas irracionales, allá por 2007, la Policía Científica se vio obligada a comunicar oficialmente que entre 2000 y 2006 había habido 188 ocasiones en que no pudo determinarse la marca comercial del explosivo, ni cuando analizaban los Tedax ni cuando lo hacían ellos mismos, la Científica. Y observo yo: ni cuando gobernó el PP ni cuando gobernaba el PSOE.

Los restos que se recogen en los lugares de autos no son automáticamente «pruebas» y, por tanto, la Ley, pese a que en LD les cueste de comprender, no obliga a conservarlos porque sí (ni temporal ni indefinidamente). La policía, cuando lleva a cabo una inspección de ese tipo, es como un batallón de termitas arrasando un campo. Todo el material es sometido a distintos procesos de selección atendiendo a diferentes parámetros, pues se buscan pistas o indicios que lleven a la identificación y detención de los culpables. Lo que se recogió en el lugar de los hechos, lo que se sacó de los propios vagones siniestrados, fueran piedras, grava, tornillos sueltos, láminas de plástico, flejes retorcidos, jerseys, botellas o fiambreras, si no contiene pistas indiciarias del modus operandi, de los autores o del tipo de explosivo empleado, no sirve judicialmente para nada. No son «pruebas» en sentido alguno, pues a partir de ellos no se llega a nadie.

Un walkman de uno de los asesinados en la masacre, pongo por caso, si no contiene rastros o elementos que ayuden a tales fines no es una «prueba» por más que estuviera en el mismísimo centro de la explosión: solo es un walkman, de él no cabe deducir nada que ayude a la solución del caso, y en consecuencia es apartado en la criba y, posteriormente, si no es reclamado por nadie, incinerado o aplastado por una apisonadora. Lo único que alcanza la categoría de prueba es lo que sirve en la investigación y con posterioridad puede acreditarse judicialmente. Si el walkman del ejemplo hubiera pertenecido a uno de los terroristas y como cutre remedio para casos de pérdida llevase una pegatina con su nombre, digamos Alí Fulano, ese walkman pasaría a ser un indicio en cuanto el nombre del sospechoso reapareciera en cualesquiera otros ámbitos relacionados con la investigación, pero ello tampoco significa necesariamente que terminara siendo una prueba. Ayudaría a admitir que Alí Fulano estuvo en los trenes, pero en sí y por sí mismo no probaría su participación en los atentados, conclusión a la que en todo caso se llegaría analizando el conjunto de indicios o pruebas obtenidas en aquellos otros ámbitos. Caso real: el Skoda Fabia. Por más que contuviera huellas u objetos personales de los condenados, fue desestimado por el tribunal (no considerado prueba falsa, como tercamente se repite) porque no se pudo acreditar que se usara en los hechos relacionados con los atentados (que es lo que se juzgaba, no ninguna teoría ni la vida privada de dichos individuos).

Pero luego llega El Mundo y titula Manzano admite que destruyó casi todos los restos de los focos del 11-M. Lo cual, sensu strictu, significa que los tedax —o Manzano en persona, si se quiere— se deshicieron/deshizo de todo lo recogido en los vagones que no tenía ningún valor para la investigación, pero la poco sibilina y asquerosamente habitual inclusión del verbo admitir produce la impresión de confesión de algo feo, y focos del 11-M acojona al lector no especializado, que es casi todo el que hay. Y eso es lo que queda en el ambiente. Que había «pruebas» y Manzano admitió haberlas destruido, qué cabrón, que lo enchironen de por vida, a remar a galeras. Lamentar semejante pérdida de «pruebas» es —lo siento mucho— una estafa intelectual e informativa. ¿Pero a quién le importa que lo sea? Permite ponerse dramático, y eso mola: «¡Ah, si nuestros peritos independientes hubieran dispuesto de todas las pruebas que destruyeron los policías delincuentes!», claman ampulosos los conspiranoicos, «¡podríamos demostrar que estalló Titadyn y reabrir el caso del 11-M!» En la maquinaria de la conspiranoia y de su manada de polis siniestros encaja como un guante porque «todo lo que nos han contado es mentira». Luis del Pino ha demostrado ser el más espabilado: hace años que lo niega todo, como los maridos pillados con la otra. Nada tiene relación con nada. ¿El Chino? No existe, aunque Antonio Rubio entrevistara a su viuda en El Mundo y reconociera la culpabilidad de su difunto. ¿Leganés? Teatro. ¿Los suicidas? Presuntos. ¿La mochila de Vallecas? Plantada. ¿Dinamita? Explosivo militar. ¿Bombas con móviles? Radiomandos. ¿Versión Oficial? «Todo lo que nos han contado es mentira». Etecé. Por eso, claro, en LD no tienen por norma debatir con nadie ajeno a la casa o a la causa. El diálogo es imposible.

En las entrañas de tal disociación con la realidad, por lo demás, anida una doble vara de medir que se emplea a discreción, a veces con intención pero con más frecuencia por mera ignorancia. Por señalar uno de los campos donde se aplica, recuérdese que tanto Libertad Digital como El Mundo se tiraron meses allá por 2004-2005 en busca de relaciones entre los islamistas detenidos y los etarras. Bastaba el menor indicio de posible contacto para que se titulara a toda plana que fulanito dijo que menganito le había dicho. Realmente nadie sabía en el fondo qué pretendían los medios (y ciertos políticos del PP en Libertad Digital), pues revivir de ese modo la primigenia hipótesis etarra del 11-M presentaba el obvio inconveniente —para tal hipótesis— de llegar a ETA a partir de los islamistas pendientes de juicio, lo que significaba que estos también estaban pringados. La contradicción era tan visible que cuando se pusieron las pilas (mediados de 2006-principios de 2007) la descartaron para los restos. Es cuando del Pino, siempre tan espontáneo, suelta a su corrala:

Digámoslo claramente: esa fase ya ha pasado. Si alguien piensa que a estas alturas resultaría creible una teoría que pretendiera explicar el 11-M recurriendo al contacto entre la banda de Edu el Moco y los asesinos de ETA, entonces es que ese alguien no ha entendido nada.

Obsérvese que lo escribe como si su medio jamás hubiera participado en la frenética búsqueda de contactos entre etarras e islamistas que permitieran una salida airosa al PP. Pero hablamos de doble vara de medir, y para ilustrarla no hay más que señalar el hecho de que la estrecha relación personal y comercial entre los pelanas —y de algunos de ellos con miembros de Al Qa’ida o del GSPC— no ha llegado nunca a valer para que los conspiranoicos especularan sobre la posibilidad de que pudieran componer una célula. Quia. Eran pelanas, mangutas, moritos, cuatro chorizos confidentes de la policía (ahora islamistas de todo a cien) y un esquizofrénico, la banda de Edu el Moco. Todo despectivo. ¿Estos tíos van a saber montar una bomba?, gritaba Losantos, ¿un atentado simultáneo? ¡Pero si son cuatro mataos! «¿Islamistas? ¡Pero si hubo que suicidarlos porque no se querían suicidar! ¡Pero si se dedicaban a beber vino, comer jamón y traficar con hachís! Son unos islamistas rarísimos» (Losantos, La Mañana de la COPE, 26 de noviembre de 2006). El siempre presente espectro del Manual del Perfecto Terrorista Islámico.

(Momento relax: a veces Jorge San Miguel y yo comentamos en Twitter algunas historias divertidas que nos encontramos por ahí sobre meteduras de pata de terroristas. En cierta ocasión, a propósito de no sé cuál noticia que tuiteé, San Miguel puso sobre el mesa el tronchante Premio Darwin que ganaron unos palestinos suicidas que se olvidaron de la primera lección de las pelis de intriga: «Sincronicemos los relojes«. Yo, por mi parte, voy recopilando las anécdotas con que tropiezo en mis lecturas de literatura especializada con la idea de ponerlas todas aquí algún día. Esta es la última perla, procedente de The Black Banners, de Ali H. Soufan:

[El Sawah] había decidido visitar Afganistán para ver si el régimen talibán era un verdadero Estado islámico, como había oído decir, porque si lo era se llevaría a toda su familia a vivir allí. Durante la visita se encontró con viejos amigos, entre ellos Abu Hafs y Saif al Adel. Abu Hafs le pidió que ayudara a entrenar en explosivos a los miembros de Al Qa’ida. «Pero ya tenéis instructores», replicó el Sawah. «En Banshiri —dijo Abu Hafs— estamos licenciando a más gente hacia el cielo que licenciándola en clase». Le explicó que tenían instructores yemeníes que realmente no sabían lo que estaban haciendo. Uno de ellos voló por los aires a un curso entero de chinos uigures que se habían incorporado a Al Qa’ida.

Los dos enlaces añadidos tienen por objeto aclarar que no se trataba de dos pelanas sino de altísimos cargos en Al Qa’ida. Brindemos por el Manual del Perfecto Terrorista Islámico y fin del momento relax.)

En estos ocho años ha sido tan sonoro el silencio de (y en) los medios conspiranoicos acerca del material yijadista que se les incautó a los pelanas o que se recuperó de los escombros en Leganés, tan profunda su ignorancia sobre los usos y costumbres de los yijadistas, que quienes tenemos algún pequeño conocimiento del asunto nos descojonábamos de risa y llorábamos de lástima a un tiempo. Es así que, habituado a la incompetencia de Libertad Digital y de El Mundo al respecto, me vi capaz de profetizar que la vindicación de la autoría intelectual del 11-M por parte de Al Qa’ida que se produjo el pasado mes de septiembre de 2011 no sería publicada por ninguno de los dos. Que nadie contenga la respiración o morirá asfixiado, dije. Y vive Dios que hicieron mutis por la rotativa. Así me gusta, manteniendo al personal al día. Todo muy edificante.

And everybody’s shouting / «Which Side Are You On

Los trenes, fíjate. Lamentan que la chatarra carezca de valor probatorio, ay, ay, si pudiéramos haber examinado el vagón intacto. Es una magnífica patraña bizantina. Lo plantean tal que si la mera posibilidad significara de facto que los peritos independientes habrían identificado sin margen de error el explosivo —a diferencia de los peritos de la manada siniestra—; tal que si el explosivo tuviera que ser por cojones Titadyn; y como si ello, también por cojones, excluyera todos los demás elementos del caso que apuntan a los condenados. Ya advirtió Gómez Bermúdez contra este proceder abusivo y parcial, y luego han sido varios los autos y sentencias que lo han reiterado: no es lícito ni lógico prescindir de todo lo que nos contraría para concentrarse en un solo punto que puede ser discutible y a partir de él, y solo de él, deducir conclusiones penales; ni es cuestión de repetir las pruebas hasta que salga el resultado que nos gusta o que más nos conviene.

Pero como si pasara un carro, porque la conspiranoia respira intelectualmente al margen de la lógica y lo probable (lo susceptible de ser probado). Vive en un mundo propio y autosuficiente lleno de intereses ideológicos, políticos y económicos no siempre confesables donde rigen unas reglas peculiares y donde se quiere que la Justicia sea pasteleable pero a favor «de los nuestros». La pregunta que nadie parece querer hacerse es quiénes son de verdad «los nuestros». Yo digo, sencillamente, que estos «los nuestros» no son los míos.

Ahí los tienes, riñendo entre paternal y amenazadoramente a los políticos para que influyan en decisiones judiciales, pecado que si es cometido por «los otros» es motivo de toda suerte de improperios y crujir de dientes por el Montesquieu enterrado. Ahí los tienes, embarcando en encerronas a los políticos del PP o de UPyD en su cruzada por la reapertura del 11-M. Los más membrillos o más necesitados de publicidad —como Rosa Díez— pican y responden obviedades que al día siguiente coparán la portada como si fueran legendarios apócrifos bíblicos desenterrados del desierto, y los más astutos o menos necesitados de coba —como Mayor Oreja— les miran con cara de marcianos y responden que no han ido a hablar de su libro de ellos, que menos pamplinas. O como Losantos antaño, amenazando a ABC y La Razón con la ruina económica por deserción de lectores si no se avenían a obedecer su —de él— catecismo. Hasta qué extremos no habrá llegado la sinrazón y el despiporre —la lógica de la i que mencionaba ayer— que creer en la «teoría de la conspiración del 11-M» funciona en la práctica como carnet de legitimidad del «buen derechista». Es como una contraseña entre maleantes. Basta que en un debate se inquiera por la Kangoo vacía/llena para que todos los presentes sepan de qué palo va el preguntón (y para que yo considere que es tonto de remate, de paso). Y quien dice la Kangoo dice los trenes, la mochila o los suicidas de Leganés. Hasta ese insondable abismo de necedad y sectarismo ha descendido buena parte de la derecha española cuando se habla del 11-M.

El hecho cierto es que con tanta exclusiva y tanta aparatosa noticia a cinco columnas se desvía el foco de atención de la sustancia real (= los medios conspiranoicos son activos defensores de los terroristas islamistas condenados) y, con el encendido aplauso de media plaza de toros, la sospecha se traslada al enfrentamiento político (= los polis siniestros son las cloacas socialistas, leña contra RuGALcaba). En el ínterin, unas cuantas víctimas del terrorismo deshonran el respeto sagrado que hemos de tenerles todos poniéndose de parte de los asesinos y en contra de los aparatos y medios del tercer poder del Estado. El Gara de los islamistas, llamé en 2006-2007 a LD ante la evidencia de que los famosos peones negros estaban ayudando a las defensas de los yijadistas (hubo incluso una peona que se plantó en un foro de abogados para pedirles ayuda, y ante el escándalo volvió un día más tarde para desdecirse). Leer el blog de Luis del Pino, o el enfoque de las noticias del diario nativo (ejem), era igual que lanzarse de cabeza a un foro batasuno donde los iñakis y ainhoas de rigor discutieran qué salidas legales podrían ofrecer a los etarras detenidos por la Guardia Civil en tal o cual piso franco. Era lo mismo. Era un abrumador ejercicio de desacato democrático, lleno de calumnias (ahora se censuran) y acusaciones criminales contra políticos, jueces o simples discrepantes como el arribafirmante (ahora se censuran), además de la ración esperable de insultos, motes y desprecios. Y no había límites: que si Torronteras (el geo muerto en Leganés) estaba vivo no sé dónde, que si los suicidas de Leganés habían sido llevados allí ya muertos (congelados), que si el ácido bórico era un explosivo (LdP in person), que si…

No es ciencia cuántica ni conocimientos esotéricos; está ahí mismo, a la vista, ha sido continuo y nada disimulado desde 2005. Lo está haciendo ahora mismo El Mundo con Zougam: se ponen de su parte, no de parte de las víctimas del terrorismo rumanas, y sin embargo la mercancía se vende como «reparación de una injusticia». Se trascienden los roles de asepsia informativa a que han de aspirar los medios de comunicación para involucrarse casi que corporativamente en favor de los condenados en el 11-M. Después de todo, aquella querella del principio contra el juez del Olmo y la fiscal Olga Sánchez se presentó, según se le decía al Supremo, «en base a informaciones periodísticas»; la denuncia de Alternativa Española contra Sánchez Manzano y otros se presentó con el libro Titadyn como prueba, cuyo prólogo es un compendio de la actividad periodística de García-Abadillo en torno a Sánchez Manzano y los explosivos; la querella de la Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M contra Sánchez Manzano fue alimentada a todo trapo por El Mundo, que fardó en una histórica portada de haber entregado documentos y no sé qué más al juzgado; la querella de Zougam también se presentó este diciembre pasado en base a los datos «publicados por el periódico El Mundo los días 5, 6 y 7 de diciembre de 2011».

Eso es lo que hay. La parte mediática de «los nuestros» lleva años ocupada en torcer el Estado de derecho y para ello han montado una insidiosa teoría general del 11-M —que jamás concretan: no hay una Versión No Oficial equivalente— cuyos beneficiarios son los culpables de, como dicen ellos, la mayor matanza de la historia de España desde la Guerra Civil. Según he tratado de ilustrar, no lo hacen en el vacío, es decir, no es que hayan descubierto una determinada negligencia policial y la hayan denunciado públicamente, aplausos, muy bien, que lo empuren; no, es que han construido un contexto ficticio a base de cientos de informaciones excesivamente interpretativas —y muchas de ellas falsas, sin más trámite eufemístico— en el cual se denuncian numerosos delitos que luego los tribunales rechazan pero que el público cree. Y vuelta a empezar. Las cosas más nimias adquieren importancia desmesurada y todo lo que encaja en el contexto de la manada de polis siniestros merece el adjetivo «espectacular», el sustantivo «varapalo», el verbo «derrumbar» o se dice que es capaz de «desmontar la Versión Oficial» (lo cual, según estadísticas fiables, ha sucedido unas 120 veces; en efecto, hay al menos 120 noticias de las que se dijo en su momento que «desmontaban» [o similares] «la Versión Oficial», pese a que ninguna convenció a los tribunales).

El fracaso en el fondo de la chatarra

Tanto fracaso judicial —y hablo en términos cualitativos más que cuantitativos— es apenas el reflejo del otro, del verdadero fracaso. En ningún momento han sabido articular una versión alternativa a la denostada Versión Oficial. No será por falta de autores talentudos, ni por falta de periodistas arrojados, ni por falta de recursos, ni por falta de noticias que han derrumbado la Versión Oficial. Es porque no se puede, porque en cuanto uno empieza a ensamblar piezas de modo alternativo no cuadra nada. Por eso, en su día, en el blog de Luis del Pino tuvieron que inventarse tres fases distintas (pre-11M, 11M y post-11M) y varios círculos de conspiradores (los etarras hicieron esto, pero las cloacas engañaron a los moritos y bla bla bla). Por eso en cuanto un peón negro formula su propia hipótesis alternativa, dos minutos después sus oyentes —en profundo desacuerdo con él porque se ha olvidado de tal o de cual cosa— le han abandonado para fundar Peones Negros Überlibres. Por eso el propio Luis del Pino nunca se ha mojado y se ha refugiado en que fueron las cloacas, así en genérico. ¿Pero cómo, qué, quién, dónde, muéstrame? Ah, las cloacas, se siente. Por eso el hallazgo de la chatarra a Losantos le parece incomprensible y misterioso (se había llegado a creer su propia propaganda). Por eso el jubilado Múgica ni siquiera se atreve a responder en Veo 7 qué piensa él que ocurrió el 11-M («Yo tengo unas ideas muy concretas sobre todo esto, pero son peregrinas. Quiero decir: nos llevaría a unas discusiones ahora tremendas y me parece que no es el momento adecuado») y concluye también en las cómodas cloacas.

Todo esto y mucho más sucede porque la estrategia siempre ha sido desgastar al gobierno del PSOE, no resolver los atentados. La conspiranoia no lleva a ningún sitio, no propone nada, solo consiste en suspicacia ilimitada y sin sentido que se expresa mediante noticias que derrumban y declaraciones que demuelen. Pero los medios no pueden dejarlo. O no bruscamente. Tanto trabajar con bucles y han quedado atrapados en el suyo propio.

Mas no me gustaría que la duda quedara en el aire. Lo he dicho muchas veces (y los casos de Camps y, sobre todo, Garzón lo respaldan sobradamente): si hubiera ocurrido al revés, si hubiera arrasado el PP aquel domingo de 2004, el diario nativo (ejem) del que hablaría en este artículo sería El Plural, y su hermano mayor sería El País. Porque, después de todo, solo se trata de política.

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