El unicornio en el garaje (I)

¿Cómo comenzar a hablar de algo que no tiene pies ni cabeza? Si hay una cosa caracteriza a las teorías conspirativas sobre el 11-M es su falta de consistencia interna, su viscosa y amorfa fluidez. A lo largo de los meses, los conspiracionistas han construido un edificio que asombrosamente ellos ven consistente y sólido, pero cuyos cimientos son vaporosas y especulativas afirmaciones, sus columnas un batiburrillo desordenado de afirmaciones contradictorias entre sí, su techo –la explicación que dan de los hechos– una colección de inverosímiles despropósitos.


Nadie está totalmente seguro de qué afirman los conspiracionistas, y es que ni ellos mismos lo tienen claro. Los más audaces se inclinan decididamente por la afirmación de que una improbabilísima coalición de fuerzas cuya única razón de ser sería el odio acerbo hacia los “españoles de bien” representados en exclusiva, cómo no, por un cierto partido político, sería la responsable del atentado. Esa coalición, en las versiones más delirantes, incluiría a ETA, ERC, el CNI, amplios sectores de la Policía y la Guardia Civil, varios miembros de la judicatura, servicios secretos extranjeros, un poderoso grupo de comunicación y el PSOE; otros, menos irracionalmente, limitan esta coalición a ETA o a países enemigos de España , atribuyendo al gobierno actual no la autoría, sino a lo más una operación de aprovechamiento electoral que pasaría por falsear las pruebas entre el 11 y el 14-M, y llevar a cabo un infame encubrimiento posterior; finalmente, los más cautos proclaman no tener ninguna teoría, limitándose, según ellos, a encontrar incoherencias en algo que llaman la “versión oficial”. Esta supuesta objetividad, como veremos, es totalmente falsa. Todos los conspiracionistas tienen una teoría, haya sido enunciada explícitamente o no.

Detenga a los sospechosos habituales, o ¿cuántos villanos distintos caben en la cabeza de un conspiracionista?

En efecto, el conspiracionista parte invariablemente de dos elementos: una idea preconcebida, que se avoca a defender por todos los medios posibles, cerrándose por completo a las posibles alternativas y a la –casi invariablemente abrumadora—evidencia contraria; y una suspicacia extrema, la convicción profunda de que poderosísimos intereses malvados y ocultos se han confabulado contra él y los suyos. Para decirlo en román paladino, el conspiracionismo se alimenta de una suspicacia rayana en la paranoia y de prejuicios profundamente asentados y asumidos. No hablo sólo de los conspiracionistas del 11-M. Es verdad que en nuestro país son la última manifestación de un fenómeno antiguo; pero aunque ellos no lo sepan, cualquier persona mínimamente interesada en estos temas encontrará en sus argumentos elementos instantáneamente reconocibles. Yo llevo casi veinte años debatiendo con crédulos de diverso pelaje, desde los creacionistas evangélicos hasta los negacionistas del Holocausto, pasando por los ufólogos y diversos creyentes en fenómenos paranormales. No deja de ser curioso constatar que, a pesar de que la credulidad se manifiesta de formas extraordinariamente diversas, su sustrato discursivo y psicológico es prácticamente idéntico. Pero de ello, en particular de la identidad metodológica del discurso de toda teoría conspirativa, hablo en otro sitio. A su vez, Lobo Estepario en su bitácora ha analizado los elementos psicológicos que subyacen las pulsiones conspirativas. Lobo observa que el conspiracionista, de forma absolutamente invariable, descubre que son sus enemigos los malvados, los autores de la villanía, y nunca, absolutamente nunca, sus aliados o amigos. No es de extrañar, entonces, que las teorías conspirativas acumulen tal reparto de villanos: ETA, Marruecos, Francia, ERC, el PSOE, PRISA. Decía Carl Sagan que nunca había que enamorarse de las hipótesis propias. Pero es exactamente eso lo que les pasa a los conspiracionistas: están enamorados de sus conjeturas. Y su versión es demasiado cercana a sus deseos como para que un espíritu crítico renuncie a poner en duda su realidad. Es el proverbial duro a seis pesetas. Paradójicamente, son los conspiracionistas los que acusan a los que se muestran escépticos con su versión de los hechos de ser crédulos o “sumisos”, como leo ahora que nos califican a raíz del anuncio de la creación de esta bitácora, ¡aun antes de conocer su contenido!

No entienden los conspiracionistas que no hay ni tal sumisión ni tal credulidad. Simplemente, los escépticos hemos leído sus delirios y hemos constatado su total ausencia de argumentos mínimamente sólidos, su indigencia de pruebas, hemos identificado todas sus falacias, hemos percibido el tufillo familiar de sus afirmaciones, y hemos concluido que son vendedores de humo, ni más ni menos que un Uri Geller o un Iker Jiménez: los crédulos, los que han rendido todo espíritu crítico, son ellos, los que creen, de forma ciegamente fanática, que la realidad coincide con sus deseos más íntimos; son ellos los que tienen la convicción de la verdad absoluta, los que difícilmente admiten discrepancia; son ellos los que se niegan a escuchar cualquier argumento en contra de sus queridas conjeturas.

Se me dirá que yo mismo caigo en el vicio de mis adversarios, haciendo afirmaciones generales difícilmente demostrables, incurriendo en falacias ad hominem al intentar descalificarles por lo que creen y quiénes son, no por lo que argumentan. Yo contesto que todo lo que afirmo en este artículo, a manera de resumen y conclusión después de dos años de leer, analizar y refutar los textos conspirativos, será demostrado en detalle en esta bitácora. Punto por punto, analizaremos los argumentos conspiracionistas y señalaremos sus vicios, su falta de rigor intelectual, sus falacias, su absoluta ausencia de pruebas sólidas, de un átomo de prueba de evidencia.

La Mentalidad Escolástica o ¿Cuántos apriorismos caben en la cabeza de un conspiracionista?

Los conspiracionistas tienen un problema de raíz: se creen detectives, pero no saben pensar con rigor. No entienden que cualquier detective se ve forzado a seguir, en líneas generales, el método científico, que ha demostrado ser la única metodología razonable para encontrar la verdad sobre hechos reales, la única forma en que hemos logrado desentrañar los misterios de la realidad. Elllos parecen creer que el método para llegar a la verdad es el planteamiento acrítico de teorías, la especulación libre de toda atadura formal, la imaginación desbordada. Lo será para el Sr. Mulder, famoso por su dieta de ruedas de molino, pero no para un investigador mínimamente serio.

Alguien me decía hace poco que los conspiracionistas son escolásticos medievales transplantados a nuestros días, y tenía toda la razón. Intentan, a partir de argumentos deductivos, llegar a conclusiones sobre la realidad, sin entender que esa forma de discurrir fue desautorizada ya desde tiempos de Galileo, cuando descubrió que los principios categóricos de Aristóteles, que nadie se había tomado el trabajo de contrastar empíricamente, estaban equivocados.

En efecto, no hay forma de desentrañar la realidad a partir de afirmaciones categóricas que no han sido contrastadas de forma empírica, un vicio en el que los conspiracionistas caen una y otra vez. Y es que tienen una fe ciega en la infalibilidad de sus deducciones, que nunca son sometidas a la prueba ácida de la empecinada Realidad (recordemos, a riesgo de ser redundantes, que después de dos años no han logrado tener un ápice de evidencia real).

Esto valdría, por sí mismo, para desautorizar el método conspiracionista, y por tanto sus conclusiones. Pero la situación es peor: no contentos con aplicar una metodología epistemológica que fue desautorizada a principios del siglo XVII, los conspiracionistas incurren en vicios de lógica deductiva que ya habían sido identificados como falacias desde tiempos de Aristóteles: su método es, pues, doblemente inválido: inválido por ser deductivo, sin contrate empírico, e inválido porque sus deducciones están plagadas de falacias.

No entraré aquí a analizar en detalle estos vicios metodológicos, en la medida en que ya lo he hecho no sólo en un artículo cuya refutación, después de varios meses, aún espero, sino en prácticamente cada respuesta detallada que he dado a sus argumentos en diversos foros a lo largo de los años. Baste decir en este artículo, entonces, que estoy dispuesto a demostrar ante cualquiera que absolutamente todo argumento conspiracionista incurre en esos defectos de metodología que automáticamente, ante un pensador riguroso, invalidan sus conclusiones. No es casual que ningún experto, de ninguna parte del mundo, avale estas últimas.

Esto lleva, por supuesto, a una reflexión desalentada. ¿Cómo es posible que tantas personas crean en estas teorías conspirativas, si son tan evidentemente defectuosas bajo la lupa del más mínimo rigor intelectual, como espero que demostraremos a satisfacción de cualquier observador objetivo? La respuesta, parece, es sencilla: porque quieren creer. Porque necesitan creer, por más inverosímil que sean sus creencias, por más refutaciones que se les planteen. Es el síndrome de los Reyes Magos: por más que la evidencia niegue su posibilidad de existir, el niño sigue aferrado al deseo de que existan.
Y es que, al parecer, la alternativa les enfrentaría con afirmaciones que no están dispuestos a asumir, por la razón que sea. Dejaré que los sociólogos y psicólogos sociales exploren esos mecanismos de defensa, cuyo funcionamiento íntimo ignoro, para concentrarme en analizar, de forma genérica, algunas de las características comunes de las afirmaciones conspiracionistas.

La Pirámide Invertida, o el precario equilibrio de los axiomas

Como he dicho, el punto de partida, los cimientos del edificio, son invariablemente especulaciones y afirmaciones taxativas sin base objetiva real que, a fuerza de ser repetidas, se convierten en certezas: 10 kg. de dinamita no puede causar los daños observados; la cadena de custodia de la bolsa de Vallecas se rompió; la Policía suele robar a su vez coches robados; los servicios secretos marroquíes protegen a implicados en el 11-M; ningún terrorista haría una bomba tan simple; todo error de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado debe ser interpretado como un acto de mala fe hasta que se demuestre lo contrario.

Tiempo habrá para ir desmontando cada una de ellas. Quedémonos ahora con una pregunta: ¿hay alguien que pueda proveer evidencia mínima de una sola de las afirmaciones taxativas que hacen las teorías conspirativas sobre el 11-M? La respuesta, para cualquiera que haya seguido el desarrollo de dichas teorías, debería ser evidente.

Sin entrar a valorar su poder explicativo por el momento, una teoría deductiva, como las matemáticas, es una pirámide invertida. Descansa en pocos pero sólidos cimientos, y va creciendo de forma arborescente a partir de ellos, ramificándose en teoremas deducidos, mediante rigurosas reglas de lógica, de los primeros principios que constituyen los axiomas.

El problema, claro, comienza cuando los axiomas fallan. Los cimientos se resienten y el edificio entero tiembla. Puede caer sólo una parte; pero si los axiomas son irremediablemente arcillosos, toda la magnífica construcción termina por sucumbir.

Las teorías conspiracionistas sobre el 11-M son castillos con cimientos de arena: se basan total y absolutamente en especulaciones. ¿Alguien ha demostrado que el Skoda Fabia fue robado por la Policía? ¿Alguien tiene evidencia irrefutable de que la bolsa de Vallecas fue plantada? ¿Alguien sabe sin lugar a dudas que los suicidas de Leganés no se suicidaron, o conoce de primera mano los hilos que supuestamente dirigían a los confidentes? Rotundamente, no a todo. Todo, absolutamente todo, son especulaciones. En el mejor de los casos, basadas en los tenues resquicios que invariablemente ofrece una realidad imperfecta al que desea creer; en el peor, ni siquiera eso.

Uno de los mejores ejemplos de ello tal vez sea la afirmación taxativa de Aznar en la Comisión Investigadora del 11-M en el sentido de que todos los terrorismos terminan colaborando.

Es una afirmación fácilmente refutable: sólo hay que imaginar a las FARC en coalición con sus enemigos ancestrales, las fuerzas paramilitares colombianas, o al IRA confraternizando con los movimientos unionistas, para entender el absurdo que se plantea. Pero a pesar de ser una generalización tan evidentemente falsa, se le otorga rango de verdad universal, se repite hasta el cansancio y se llevan a cabo toda clase de deducciones a partir de ella.

El primo de Zumosol es hombre. Los chimpancés beben Zumosol naranja. Ergo: Hombre, todos mis primos son chimpancés naranjas.

No sólo eso. Dichas deducciones están plagadas de todo tipo de vicios, trampas y errores. ¿Por qué concluimos que es precisamente ETA la que participó en el 11-M y no los independentistas tamiles, ya que todo terrorismo termina pactando? ¿Por qué ETA y no los “survivalists” de Montana? ¿Por qué ETA y no Sendero Luminoso?

Pues por absoluta inatingencia. Por falta de rigor deductivo. Y en este ejemplo particular, por una bien conocida falacia llamada falso dilema, que descarta artificialmente alternativas sin argumentar por qué lo hace.

Los conspiracionistas hacen deducciones falaces una y otra vez, como tendremos oportunidad de comprobar. Al parecer no conocen las reglas más elementales de la lógica, no distinguen un silogismo válido de uno inválido, no se dan cuenta cuándo están introduciendo una falacia en su razonamiento, cometen casi todos los errores y vicios que ofrecen los amplios catálogos de los libros de texto de Lógica.

La verdad está allá afuera. Toma la píldora roja. Sigue el camino amarillo. Dónde se habrá metido el señor conejo.

Pero olvidemos por el momento el hecho que las deducciones conspiracionistas son casi invariablemente falaces. El punto que más me interesa señalar aquí es la profunda equivocación del método deductivo, del método escolástico. Aunque no se cometiera una falacia lógica, seguiría siendo absurdo argumentar con absoluto convencimiento la participación de ETA a partir de una deducción basada en un supuesto principio universal.

Dicho método olvida, como he dicho arriba, los más elementales pasos del método científico, que es también, con sus matizaciones, el método judicial para llegar a la verdad.

¿En qué se diferencia pues el método escolástico del científico? Pues en un paso clave: la constante confrontación tanto de premisas como de conclusiones con la realidad, con la evidencia. No se puede afirmar taxativamente nada que no se haya contrastado con la dura y empecinada realidad, porque sucede que la realidad ha probado una y otra vez ser más lista que nosotros. Por ello, en vez de tratar de imponerle nuestros conceptos, hemos desarrollado la costumbre de preguntarle si estamos en lo cierto. Algo que los conspiracionistas hacen muy rara vez (sólo se me ocurre el experimento que hicieron para medir la corriente del móvil Trium T-110).

No se puede decir, como hace Del Pino: “las otras bombas no tenían metralla” o “eran explosivos distintos”. ¡No tiene forma de saberlo con seguridad! Y sin embargo, lo afirma con una audacia que tira de espaldas, preguntándose retóricamente si habrá alguien todavía que dude de sus conclusiones.

Pues sí que lo hay, señor Del Pino. Cualquier persona que conozca el método experimental o los estándares judiciales de prueba. ¿No se da cuenta de que sus argumentos, como el argumento citado arriba de Aznar, no sobreviviría ni treinta segundos frente a un tribunal o una conferencia científica? Sería descartado de inmediato como lo que es: una afirmación especulativa sin evidencia positiva.


Y es que al revés del científico y el detective, que interrogan, el conspiracionista trata de imponer a la realidad sus preconcepciones. Lo malo es que la realidad es testaruda, y no se deja manipular.

Como apunte al margen, no deja de sorprenderme que algunos conspiracionistas hagan continua alusión a ficciones como Matrix, en las que todo el mundo vive engañado menos un pequeño grupo de iluminados.Uno de ellos, con el que tuve alguna vez algún debate, incluso se llama a sí mismo y a su bitácora La Píldora Roja, y Del Pino no tiene empacho en afirmar taxativamente: “Nada es lo que parece”. Preocupante, en la medida en que refleja una enorme preconcepción sobre el mundo exterior, confundiendo una atractiva ficción con la realidad.

Continuaremos en la siguiente entrega, en la que confío revelar un poco más acerca del unicornio invisible que tengo en el garaje.

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56 respuestas a El unicornio en el garaje (I)

  1. Lior dijo:

    El Pelleter #1152, #831, #830, #829, etc.

    ¿Dicen «ustedes» (sic) que es lo mismo «mantener» la línea editorial de un medio de comunicación (para conservar el trabajo, que la cosa está muy malita) que «encubrir» el peor atentado que ha sufrido la población española?

    Es en este sentido en el que se puede emplear el término paranoico. Ustedes operan con realidades completamente distintas y las hacen iguales dentro de sus cabezas parar que se acomoden a sus «fantasías».

    También confunden los conceptos de «línea editorial» y «conspiración».

    Llegados a este punto otra pregunta:

    ¿Contra quien «conspiran» los trabajadores del Canal-9?

    ¿contra sus jefes?
    ¿contra el pueblo valenciano?
    ¿contra si mismos?

    Disculpen que les haga estas preguntas pero en su anterior intervención el concepto de «conspiración» no queda nada claro.

    «Te ponemos este ejemplo para ejemplificar que nuestra posición respecto a las “conspiraciones” no es en absoluto conspiranóica sino muy racionalista… hasta el punto que no damos por sentado que “todos” los integrantes de un colectivo tienen el mismo poder… algo que parece que das por sentado.»

    ¿Tan racionalista que daría usted como prueba válida una carta anónima implicando al PSOE, al CNI, a las FCSE, a los servicios de inteligencia marroquís y francés, a la masonería?

    En el mundo en el que yo vivo (que es el de ustedes también) las pruebas tienen que ser materiales. Es decir, que se vean, se toquen, se huelan y por supuesto, tengan nombre.

    De todos modos sigue usted transformando la realidad a su propio interés. Presenta a los integrantes de las FCSE como simples robots que se solo acatan órdenes. Que niegan todo aquello para lo que están entrenados y por lo que se les paga solo porque un superior se lo indica. ¿Se da cuenta de la «paranoia» a la que se hacía mención más arriba? La cosa es transformar la realidad para que se adecúe a mis postulados y a todo aquel que niegue la mayor o me exija un mínimo de fiabilidad se le encasqueta la etiqueta de «borrego» y santas pascuas. A mi persolamente, ese modo de razonar no me va.

    Por favor, no se tomen a mal mi comentario ya que solo he expuesto algunos de los que considero errores en su argumentación. De todos modos no se preocupen, soy plenamente consciente que donde hay fe, no puede exisitir nada más. Ya que la fe permite adecuar la realidad a nuestro capricho.

  2. El Palleter dijo:

    Sr. Lior:

    No mezcle las cosas. Si observa el ejemplo (real) en replica a Fumanchú observará que tiene como función demostrarle que es posible una apariencia de conspiración dentro de una estructura de información. Usted lo «rebaja» a línea editorial. Como quiera. Pero los que observamos desde fuera el «output» de esa estructura de información (cualquier ciudadano normal y no necesariamente de los partidos de izquierda ninguneados por los que dirigen Canal-9) llegamos a la conclusión de que estamos ante una conspiración… en el significado de la RAE: «Acuerdo entre dos o más personas para ir contra alguien o algo»… pero, insistimos, en realidad es una «apariencia» de conspiración, porque conocemos dicha estructura por dentro y podemos afirmar que no existe acuerdo entre todos los periodistas para llegar a hacer algo así (son personas normales, no robots)… pero tal y como está organizada la estructura de dirección hace posible que esa «conspiración» sea posible… ¿cómo?… la respuesta está en el poder, que no es un atributo simétrico sino asimétrico… ¿y?… pues lo mismo es aplicable a otras estructuras… más aún si se trata de estructuras con una jerarquía más acusada…

    Claro que, si usted está convencido que la opinión profesional de un número de la guardia civil o un simple agente de la policía tienen el mismo peso que el de sus respectivos jefes o superjefes (que en su jerga podríamos decir que siguen la «línea editorial» que les notifican desde el Ministerio o desde Moncloa… recuerde los vaivenes de los portavoces oficiales entre el 11-M y el 14-M)… e, insistimos, no estamos diciendo que sean robots, pues como en el caso anterior, se trata de personas normales… es la propia organización de la estructura de información la que da lugar a esas «conspiraciones»…

    En resumen, pensamos que es una simpleza pensar que dentro de una estructura en la que trabajen personas (funcionarios o no) y dada una «verdad» (una noticia, una información, un indicio) en manos de una persona de ese engranaje, tal «verdad» formará parte necesaria y obligatoriamente del «output» de la estructura… o, en otras palabras, las suposiciones idealistas del tipo «la verdad resplandece por sí misma» o «la verdad se acaba sabiendo» está dejando fuera de la ecuación la asimetría del poder que se da en las estructuras jerárquicas…

  3. valdemar dijo:

    el pelleter es un conocido conspiranoico que estuvo bajo tratamiento psiquiátrico. ese nombre apareció en árbol cercano al crimen de las Niñas de Alcasser y muchos creen que fue él quien con sus propias manos las ejecutó.

  4. Frajalo dijo:

    El Palleter dijo:

    Y por una razón muy concreta: para nosotros la bomba de Vallecas fue un señuelo… lo venimos diciendo desde Abril de 2004… por tanto jamás podemos haber afirmado que fue una “chapuza” el que tuviera los cables mal conectados… basta con pensar en esos cables como algo deliberadamente mal conectados…;-)

    Pero es más fácil pensar que estuvo mal conectada (pensemos en los atentados fallidos en Londres tras el 7 de Julio en el que en las bombas solo estalló el detonador y no el explosivo) que el hecho de que fueran un señuelo de no se sabe muy bien qué. Por lo tanto es una afirmación más osada decir que fueron un señuelo que decir que fue una chapuza. Luego las pruebas a aportar deben ser mucho más contundente en su caso que en el de la mal llamada ‘versión oficial’. ¿Dónde están esas contundentes pruebas? Y volvemos a lo mismo de siempre, una duda, una sombra, una sospecha, no es una prueba. Una prueba es una huella digital, una concatenación de afirmaciones que conducen a una secuencia de acontecimientos plausible, un resto de explosivo, etc. Yo sigo esperando esas contundentes pruebas que demuestren que los que están sentados en el banquillo de los acusados no son los culpables.

    El Palleter dijo:

    por eso en ocasiones hay que “salirse fuera” del esquema de pensamiento preestablecido y pensar otras posibilidades… nos podemos equivocar, claro está… pero para eso ya existe este blog que nos sacará de dudas y nos conducirá por el camino del pensamiento correcto…;-)

    Más que pensamiento correcto habría que decir razonamiento correcto. No es cuestión de imponer una forma correcta de pensar que parece muy ‘nazi’, es cuestión de razonar de forma correcta, entre lo que se incluye el que la crítica a una teoría no es en ningún caso una prueba a favor de otra teoría, o que si no se está de acuerdo con una teoría y se pretende que existe otra que explica mejor los hechos el primer paso que hay que seguir es escribirla y presentarla para analizar si posee menos agujeros negros que la que se pretende sustituir, etc. etc.

  5. Valdemar dijo:

    Una cosita, simplemente. El valdemar (con minúscula) que ha escrito el comentario nº 53 y servidor no tenemos nada que ver.

    Enhorabuena por vuestra fantástica labor tanto a los miembros de DL como a Elkoko. Aunque no participo tanto como quisiera, os sigo leyendo con mucho interés.

  6. juan pedro dijo:

    Una cosa, al comienzo del artículo, al enumerar las diversas teorías conspirativas que has venido refutando en los últimos veinte años, ¿ no crees que deberías mencionar la que, en mi opinión, es la más obvia de todas, el supuesto asesinato de JFK por la CIA y otras agencias del govierno americano? ¿No será que en ese caso compartes la visión que se refleja el la película de Oliver Stone? Porque si quieres buscar un ejemplo de libro de cómo se desarrolla un teoría conspirativa y de cómo actúan sus instigadoras, no hay otro mejor que todo los publicado en torno al asesinato de JFK.
    Saludos de un escéptico profundo.

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